Opinión

Ceutimo

Contaba estos días un niño marroquí que lo de ir a Ceuta era una excursión. Así se lo ofrecieron: él y sus amigos irían a pasar el día a España y luego ya volverían por la noche. Claro, lo que no le dijeron fue que al llegar a la valla tendría que nadar doscientos metros en el mar y que luego, empapado y muerto de frío, se lo llevarían a una nave donde dormiría encaramado a una estantería. Él y sus amigos y otros mil quinientos niños más terminaron encajados entre vehículos policiales -para no dispersarse-, en el suelo de un polígono industrial, mientras la solidaridad de ONG, de las fuerzas y cuerpos de seguridad y de muchas personas anónimas, les hacía una PCR y menos dura la espera.

Los autores del timo de Ceuta -el Ceutimo- obvian las lágrimas de estos niños; también sus mocos o sus gritos de: “¡No Marruecos!”. A los organizadores de la inhumana excursión, movidos por el odio, el resentimiento y la indolencia, ¿qué puede importarles que esa terrible experiencia quede grabada a fuego en una mente infantil?

Yo me pregunto si criaturas de 8, 9 o 10 años saben lo que significa “Frente Polisario”, “Sahara Occidental”, “Estados Unidos”, “Israel”, “España”, “Frontera”, “Dictadura” o “Democracia”. ¿Realmente lo saben o, más bien, lo que perciben son las consecuencias que los adultos aplicamos a cada uno de estos términos, algo que los niños acatan sin cuestionar su significado?

Al final, es lo de siempre: el poderoso gana al débil y éste, cuanto más débil, más pierde y menos eco tiene su queja. Da lo mismo que unos cuantos se ahoguen o que el tétanos les entre por la planta de sus pequeños pies. Total, son 1.500... Como las hormigas merodeando su guarida, si pisas varias no se notará.

Por eso, qué poco vale la infancia. Entre Palestina e Israel los exponemos a bombas; entre Marruecos y Ceuta, a un mar que ahoga; entre México y Estados Unidos los lanzamos desde una verja; y en el África profunda, los raptamos, los violamos o los acribillamos juntos a sus familias si no son de nuestra etnia. Podríamos poner miles de ejemplos y llenar páginas, resignados a que la inocencia infantil deambule herida de muerte, mientras en los escaños de madera y cuero -esos que son iguales en cualquier parte del mundo- la culpa la tiene siempre el de enfrente. No se enarbolan banderas blancas en favor de los niños. Eso no procede. Y llenamos la Historia de tratados, acuerdos bilaterales, pactos de no agresión, aviones y desfiles, con la diplomacia estrechando manos para que el tiempo pase y con él la infancia. ¿Y saben por qué? Porque los que se mueren son los hijos de los demás, nunca los nuestros. De ahí que el duelo dure lo que un telediario, y entre postre y café hablamos de lo que de verdad importa, o sea, del turismo y las copas. Miraré si este verano hay ofertas para la Playa del Tarajal.

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