Opinión

Miedo

El otro día, haciendo la compra, pregunté en el supermercado si tenían desinfectante de manos -por esto del coronavirus-. No es que yo sea hipocondríaco ni aprensivo al contagio, pero, ¡caray!, en esta permanente alerta en la que vivimos, mi instinto me sugirió que comprase un bote, por si acaso.

La dependienta me dijo que imposible, que el producto se les agotaba todos los días en cuanto abrían (yo había ido por la tarde), y añadió: "Si usted quiere le guardo uno para mañana". Le di las gracias y respondí que no era urgente, que me podía esperar, y seguí con el carro hacia la sección de galletas y cereales, donde aún no había cundido el desabastecimiento. 

Realmente, no me extraña que el miedo nos sobrevuele. La información de cómo evoluciona el virus, con ese "minuto y resultado", es desasosegante. Da la impresión de que, en efecto, en cualquier momento van a meterle un gol por toda la escuadra a nuestro sistema inmunitario.

Un ejemplo es lo que narró hace poco una periodista. Micrófono en mano, dijo durante una conexión a las puertas de un hospital: "El coronavirus se dispara en Madrid", explicando así el continuo aumento de los contagios (en ese momento no llegaban a cien en una ciudad que tiene seis millones de habitantes). "Se dispara"…, fue su expresión.

Por curiosidad, consulté en el diccionario la definición de "Disparar" y me encontré con que es: "Hacer crecer algo sin moderación". Deducimos, pues, que en la capital de España el coronavirus crece descontrolado y aboca a la población a una inminente reclusión casera. Eso como poco, si nos atenemos al "disparo de casos" que comentó la reportera.

Por suerte, también escuché a otro periodista decir desde Italia que el coronavirus se parece a una gripe; que en la inmensa mayoría de los casos los síntomas son leves: fiebre, malestar general…, y que en unos días se cura. 

Yo creo que, al final, me dejé llevar por esta segunda manera de informar. Por eso le dije a la dependienta que no me reservase el bote. Pero, claro, el miedo -el sentimiento más libre que existe- florece sin mucho esfuerzo, y entiendo que haya gente haciendo acopio de latas de atún, papel higiénico y, por supuesto, desinfectante de manos. De ahí que la cautela sea un bien tan preciado. Porque, con micrófono o sin él, la mesura y la verdad siempre son saludables.

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