Opinión

Mojarse

Le pregunté al peluquero si era del Barça o del Madrid y me contestó que no le estaba permitido responder a eso, más que nada, dijo, para no incomodar. “Yo soy de mis clientes”, afirmó. Es una buena respuesta. Las peluqueras y los peluqueros solo se mojan cuando lavan cabezas, para todo lo demás hacen bien en aplicar su particular terapia: son expertos en escuchar y en darte la respuesta adecuada –por algo son peluqueros-psicólogos-. 

No hay tertulia literaria ni de terraza de bar que supere el ambiente de las peluquerías. Aquí, entre el clic, clic de las tijeras, los secadores y los aromas cosméticos, se amasan grandes proyectos, se gestionan naciones, asaeteamos a los famosos y ponemos a cada quien en su sitio. No existe mejor lugar para entretenerse y, encima, sales con la belleza esculpida y la información recién horneada.

La vida debería ser así: una peluquería. Son territorios donde buscamos hermosura y de paso hacemos lo que mejor se nos da: comunicarnos. Las discusiones en estos locales nunca llegan a las manos y no se hieren sensibilidades porque todos estamos de acuerdo en que el demonio vive fuera, nunca en este reino, como si el spray de la laca actuase a modo de crucifijo con su penetrante aroma, ahuyentando el mal fario.

Y tú, ahí estás: en un cómodo sillón, recibiendo masajes, cortes y peinados o calentándote el cráneo mientras el tinte agarra. Por necesidad o por coquetería, el caso es que pagamos bien a gusto este servicio, en una profesión que ha mejorado mucho desde los tiempos en que las tijeras y los peines se limpiaban soplándole los pelos. Ahora la cosa se ha tecnificado de tal manera que para conocer el tratamiento que te aplican hace falta un diccionario de inglés o francés; pero da igual, si hay una persona en quien confiamos a ciegas esa es nuestro peluquero.

Por eso digo yo que el mundo debería parecerse a una peluquería. Las terapias de grupo que aquí se organizan, donde todos se identifican con la causa, participan y sacan conclusiones, ¡son algo maravilloso!... Debemos perseverar para que en las paradas del bus, las consultas médicas o las colas del supermercado, la gente se ponga en Modo Peluquería, en ese estado de “solidaridad capilar” de Nirvana con champú, donde la parte más frágil de nuestro cuerpo adquiere protagonismo, y de paso arreglamos el mundo, que falta le hace, y vemos pasar el tiempo entre tijeras. 

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