Opinión

Reyes Majos

Cada año, después del Día de Reyes, salen en las televisiones imágenes de las cabalgatas, con sus multitudes, sus monarcas y su jolgorio, acontecimientos únicos y mágicos en los que los niños son los verdaderos protagonistas, porque ellos y su inocente ilusión se lo merecen.

Y también cada año, estos reportajes reservan unos segundos para las anécdotas que en su largo viaje desde Oriente han vivido Sus Majestades, quienes expresan deseos de paz y felicidad desde balcones o plataformas móviles, al tiempo que lanzan caramelos que caen como lluvia, a la que algunas personas se lanzan como si, efectivamente, estuvieran sedientas y a punto de entrar en coma por falta de azúcar.

Hasta aquí, todo normal. El problema surge cuando, de pronto, un Rey Majo se viene arriba y desvela el “Secreto” mejor guardado de Melchor, Gaspar y Baltasar, ese que hace posible que los camellos y ellos entren por las ventanas, se paseen por el salón y salgan en su levedad flotando por el aire hasta la vivienda contigua y luego hasta la otra, y a la siguiente…, y así por todo España en pocas horas.

Admitiré que el rey que el otro día reveló el “Secreto”, lo hizo porque la barba le provocaba prurito o porque la corona le presionaba en exceso la masa neuronal (no hallo otra explicación). En la imagen, se le veía cómodo en su oratoria, elevado sobre la plaza de un pueblo granadino, lanzando a los cuatro vientos pura metralla de realidad, palabras que hacían blanco en las miradas atónitas de los niños que lo escuchaban.

Hubo en otro lugar un rey más prosaico. A éste le dio por “desear proyectos”, y se dedicó a anunciar la buena nueva de las iniciativas que el ayuntamiento iba a poner en marcha, precisamente, a partir del 6 de enero, para beneficio de sus vecinos. Y lo hizo con su capa de armiño, sujetando en una mano el micrófono y en la otra –supongo- un buen puñado de incienso incandescente (no se me ocurre otro motivo; es imposible que un Rey Mago pisotee tanto su dignidad si la noche no lo confunde).

En fin, que este año a la magia le han dado una manita de sosa cáustica. Algunos ni con disfraces son capaces de ocultar sus carencias y, como siempre, quienes lo pagan son los niños; menos mal que su ilusión es indemne a la “enfermedad adulta” -ese mal que nos invade cuando se nos va la inocencia infantil-. Pero no se apuren, ya viene ahí el entroido, gran prestidigitador de realidades, quizás la mejor época para que estos “Reyes Majos” deambulen siguiendo la estrella que los guíe hasta el Portal del Saber.

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