Opinión

El final del carnaval

La historia de nuestro país es el reflejo de la lucha de la España ilustrada y pobre contra la España rica, aristocrática y supersticiosa. A lo largo de los años otros calificativos se han ido añadiendo y sustituyendo a los que perdían significado; así, a los unos se le añadía progresista, liberal, obrerista y revolucionaria, mientras que la otra mitad se podría definir como conservadora, reaccionaria, nacionalista y clerical. Pero fue la guerra civil la que simplificó las denominaciones según el bando al que pertenecía cada ciudadano: republicanos o nacionales (rojos o franquistas). Este cliché permanece en la España de hoy adaptándolo al mandato de la Carta Magna; con matizaciones de orden secundario que subdividen el mapa ideológico en función de la oferta partidista que ofrece el mercado. Los herederos del franquismo sociológico se agrupan en partidos de la derecha, mientras que los republicanos lo hacen en los partidos de la izquierda. Pero en ambos siguen pesando sus antecedentes que les dan identidad y les permiten exteriorizar su pensamiento y su ideología. 

Creo sin embargo que la esencia es inmutable y la carga epigenética encuadra a cada uno en el espacio que le corresponde, siempre que las condiciones sociales lo aconsejen. Es por lo que no me sorprende la irrupción de la ultraderecha española en el panorama político de nuestro país. Siempre ha estado ahí, después de la muerte del dictador se había ocultado bajo la máscara de AP con el liderazgo indiscutible del leal ministro franquista Manuel Fraga Iribarne. Cuando se desintegra el laboratorio reformista denominado UCD, el franquismo se integra en el teóricamente constitucionalista Partido Popular. 

Mientras tanto, en los países de la UE corren vientos favorables al avance y consolidación de movimientos de ultraderecha: el miedo a los emigrantes, las crisis económicas que azotan a las clases medias y obreras, el terrorismo islamista, el resurgir del nacionalismo excluyente, la fortaleza del movimiento feminista, la caída del muro de Berlín… son factores coadyuvantes al fortalecimiento de partidos de ideología filo fascista. 

La amenaza se extiende por todo el continente impulsada por el fracaso de políticas europeístas incapaces de generar ilusión en sectores fuertemente castigados por las crisis económicas. Las masas desencantadas por la falta de propuestas que solucionen sus angustiosos problemas de subsistencia buscan salida sin importarles el cómo ni con quién. En esas turbias aguas beben los ultranacionalistas que se presentan como son, arrancando las máscaras que cubrían su rostro y ofreciéndose a liderar los cambios necesarios con el objetivo de alcanzar el poder. 

El éxito de Vox en las elecciones andaluzas vaticina un futuro inquietante en la mapa político español. La inestabilidad generada por la crisis catalana, la corrupción, la falta de respuesta humanitaria al movimiento migratorio, el deterioro de los servicios públicos, el nepotismo partidista, la falta de valores, las desigualdades sociales… han sido instrumentalizadas hábilmente por los vástagos del cruel dictador, que espoleados por la decisión del Gobierno de España de exhumar los restos de su idolatrado ídolo, se han lanzado a la reconquista de la “España única, imperial y nacional”. 

Es la hora de que, los que creemos en un sistema político sustentado en los derechos individuales dentro de un marco de convivencia y solidaridad, nos movilicemos en defensa del Estado constitucional y exijamos a los responsables institucionales que activen políticas sociales que garanticen la calidad de vida de los ciudadanos. Solo así se frenará democráticamente el populismo redentor de los enemigos de las libertades. 

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