Opinión

No estar, estando

El ser humano, absorbido por el mundo material, trata de huir esclavizándose al deseo de ilusiones efímeras. Se crean totems que guíen la aspiración de un éxito inalcanzable, pero imprescindible para dar sentido a la existencia. 

Fútil aspiración de los que son incapaces de trascender lo real y de huir de la banalidad programada por las superestructuras del poder. Cae Yanúkovich, porque así lo decide el imperio. Se mantiene a Erdogan, por ser un mal necesario. Se destruye Siria, por estrategias incomprensibles para la mente de cualquier observador imparcial. Se movilizan las masas, cuando el juego debe de ser interrumpido. Se controlan las conciencias, para seguridad del Sanedrín. Se santifica al protector de pederastas, para satisfacción de los parabolanos del siglo XXI. Se destruye la vida, para satisfacer a necrófagos capitalistas ávidos de sangre.

Palabras, palabras…, mensajes alienantes que alimentan esperanzas vitales en quienes sufren las injusticias de un sistema que se retroalimenta del dolor y el sudor de los menesterosos. ¡Hechos!, claman las multitudes hartas de promesas incumplidas.

Después de ocho largos meses, me he vuelto a reunir con sesudos tertulianos, deseosos de compartir dudas y reflexiones sobre el devenir de los acontecimientos y, entre otros interesantes temas, ha surgido la pregunta: ¿está la esclavitud del hombre vinculada a la “deuda”? La humanidad siempre ha sido deudora, desde que el raciocinio ha guiado nuestros pasos; invariablemente ha habido acreedores y deudores. La aparición de la moneda ha cuantificado la deuda crematística. Pero ya en milenios anteriores hemos sido deudores de los dioses, de la enfermedad y de la muerte.

El dominio del acreedor sobre el deudor ha sido el eje sobre el que ha pivotado el desarrollo histórico a lo largo de los siglos. Los grandes imperios cobraban cuantiosas fortunas a los países sometidos, el peaje suponía un tributo que empobrecía la economía de los pueblos, mientras se incrementaban los conflictos con el fin de aumentar los ingresos de los poderosos.

En la actualidad se sigue manteniendo el mismo dominio del acreedor sobre el deudor; estamos viviendo en una sociedad hipotecada generacionalmente. De un lado está el sistema financiero, representado por la banca, las multinacionales, las eléctricas, las administraciones públicas, las iglesias…; por otro los pueblos, los ciudadanos, los usuarios, los creyentes… Los primeros cuentan con poderosos medios coercitivos: las leyes, las fuerzas de seguridad, los ejércitos, la excomunión, la expropiación y, sobre todo, la alienación. A los segundos solo les queda la movilización, el cabreo y (antes) el Padrenuestro. Con esta desigual correlación de fuerzas, los desequilibrios son tan evidentes, que de una u otra manera los deudores tienen perdida la batalla.

Pero siempre queda una esperanza; la fuerza del deseo, la materialización del pensamiento colectivo, la energía purificadora de los espíritus conscientes. El saber estar sin estar o estando dejando fluir los acontecimientos sin oponer resistencia a las adversidades programadas. Evitar que se retroalimenten los acreedores con la ira de los deudores. Esa actividad pacificadora que liberó a pueblos de la tiranía cruel del colonialismo más despiadado. Recientemente, Luther King, Gandhi, Mandela, el Dalai Lama o Bertrand Russel entre otros; en la antigüedad, Jesucristo, Buda, Confucio o Chuang Tse, por citar aquellos que imprimieron el mensaje ejemplarizante en las conciencias colectivas desde hace miles de años.

Fluir ante la mentira, no estar estando ante la manipulación de las mentes, impedir que el otro yo controle nuestras conciencias. Sobre todo apagar la televisión cuando don Mariano represente a Arimán, ya que es difícil no estar estando.

Te puede interesar