Opinión

Tartús: ¿penúltima jugada?

No se puede entender el actual conflicto en Oriente Próximo sin analizar el papel de los grandes bloques surgidos con posterioridad a la II Guerra Mundial; liderados por la URSS y EEUU. Ambas superpotencias habían decido el reparto del mundo en zonas de influencia, fomentando conflictos en aquellas áreas situadas en terreno de nadie. Así, el mundo islámico sufre las consecuencias de alianzas inestables y acuerdos económicos ventajosos para las partes, pero al margen del proceso liberador de los pueblos. Otro factor desestabilizador fue la creación del Estado de Israel irrumpiendo en el proceso descolonizador de las potencias europeas, herederas de la desintegración del imperio turco. En los últimos setenta años se han movido las piezas del ajedrez de esta gran partida en todo el tablero, desde Marruecos hasta Pakistán; se han sacrificado fichas importantes con el fin de ganar la partida y dar jaque mate al gran adversario. 

Dentro de las aspiraciones de los dos imperios estuvo y está Afganistán. Desde el año 1958 hasta 1973 más de la mitad de los mandos militares y de los funcionarios del estado se formaron en la hoy extinta Unión Soviética, por lo que no es de extrañar que cuando Daud Kahn derroca al rey Zahir Shah, los soviéticos controlan el país. Y esto se hace más patente cuando en 1978 se produce un nuevo golpe, Daud es ejecutado y Afganistán se convierte en un país satélite de la URSS. A partir de ese momento se producen sucesivos golpes de estado, hasta que los soviéticos deciden invadir con sus tropas el país, con la consiguiente condena de la comunidad internacional incluidos los países no alineados. Es de destacar el rechazo a la intervención en naciones tan dispares como Irán, Iraq, China, Arabia Saudita o la India. EEUU no duda en organizar la guerrilla contra el invasor utilizando como instrumento el más feroz integrismo islámico; entre otros grupos está la creación y financiación de Al Qaeda. El resultado es la destrucción como Estado de Afganistán, que se ha convertido en territorio de los señores de la guerra. 

En Irán son los americanos e ingleses los que dan en 1953 un golpe de estado contra el primer ministro Mohammad Mosaddeg cuando este trató de nacionalizar el petróleo, acusándolo de comunista y favoreciendo la tiranía del Sha Reza Pahlevi, hasta que este es derribado por un movimiento popular, con la extraña alianza de radicales chiitas y laicos revolucionarios. En la actualidad el país es clave en la zona para reequilibrar la excesiva influencia sunita, potenciada por Arabia Saudí. Para contrarrestar la revolución iraní, EEUU favoreció un golpe militar en la vecina Iraq, con la llegada al poder de Saddam Hussein, que dos años después declara la guerra a Irán contando con el apoyo americano. Paradojas de la historia, son sus antiguos aliados quienes después de dos guerras derrocan al dictador, con la destrucción consiguiente del estado iraquí.

La partida continúa en Libia, Túnez, Egipto, Yemen, Pakistán y Siria; no se utiliza el tablero de las monarquías e incluso se permite que el reino saudita financie y proteja al Estado Islámico, que extrañamente no supone un peligro para Israel. Pero es en Siria donde en la actualidad se refleja esa interminable batalla por el control del mundo islámico entre las dos grandes ramas religiosas musulmanas, por un lado, y los intereses estratégicos de las dos viejas superpotencias. Las fichas tienen una amplia gama de colores: YPG (kurdos apoyados por occidente), ISIS (suniis apoyados clandestinamente por Arabia y Turquía), Burkan Al-Furat (rebeldes “democráticos” apoyados por Francia y EEUU), JN (Jabha al Nusra, grupo vinculado a Al Qaeda), Hezbollah (milicia libanesa aliada de Al Assad), a esto hay que sumar el ejército oficial, asesores militares iraníes, bombardeos israelíes, milicias internacionales de sunís e intervenciones de la aviación de Francia, Reino Unido, EEUU y Rusia, esta última defenderá con todos los medios a su alcance su base en Tartús, ciudad siria situada en la costa mediterránea fundada por los fenicios y con posterioridad en manos de los romanos, árabes, cruzados, turcos… y hoy bastión de El Asad alquilado, desde el año 1971, a la URSS, en la actualidad a Rusia, como base de abastecimiento para su flota del mar Negro y del Mediterráneo. Es de destacar que es la única base rusa situada fuera de sus fronteras; para Putín, esencial en su estrategia en la zona de Oriente Próximo. 

Son muchas las ramificaciones del conflicto, con consecuencias en la estabilidad de todos los países del área y con repercusiones en la UE. Lo único incuestionable es que los intereses estratégicos, económicos y religiosos determinan el desarrollo de la partida; las victimas inocentes son únicamente daños “colaterales”.

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