Opinión

Diez formas de acordarme de ti


He encontrado diez formas de acordarme de ti.

Con la primera me crucé en esta mudanza, en una tarrina de plástico Verbatim donde guardé todos los trozos de ti que ya no necesitaba, los que ya no me importan.

Los trozos de ti no quiero que me los devuelvan.

De la segunda apenas me di cuenta a los pocos minutos, cuando en un gesto involuntario de ejecución sistemática me detuve a observar el reflejo en el escaparate de Juan Blanco. La tienda de la esquina donde siempre te quedabas a esperar por alguien. Porque siempre tardaban. Porque tú nunca llegabas tarde. Porque ahora ya casi no quedas con nadie.

La tercera es un poco extraña. Se asomó en una canción demasiado larga del Tríptico (volumen 3). La que se llama “Tu fantasma” y siempre escuchabas de camino a casa a las seis de la mañana y duraba el mismo tiempo justo que la calle Santo Domingo. 

Pero cuando puedas vuelve, porque acecha tu fantasma.

Para la cuarta no estaba preparado, lo reconozco, las probabilidades daban como resultado una estadística de número reducido. Pero vi como cerraban el Samuel, el único bar que conocías donde al pulpo le echaban ajo picado, el de las paredes llenas de billetes extraños. Y me acordé que nunca volviste, que nunca supiste porqué.

Con la quinta me eché a llorar.

Con la sexta me eché a llorar con motivo.

La séptima es una obviedad sin importancia. Algunas personas, algunas aceras. Algunas cosas que nadie sabe ver.

La octava es el recuerdo de tu risa infantil al pasar por la plaza de San Cosme. Leías siempre en alto una enorme pintada en la pared “Un beso de amor no se lo doy a Corcuera”, y la carcajada te explotaba a bocajarro desde el esternón porque durante un tiempo creíste que Corcuera solo era un sinónimo de cualquiera.

Ingenuidad estrepitosa de niño insoportable.

La pintada, por cierto, alguien la cubrió.

En la novena forma de acordarme de ti siempre comienzan a dolerme los gemelos. Me duelen por el esfuerzo psicológico que supone volver de la parálisis del sueño. Que todavía utilizo el truco que me dijiste “haz como en Kill Bill, concéntrate en los dedos” y el cuerpo se me tensa y el miedo se me llena. Y vuelvo en un azote de ansiedad y casi puedo verte allí tumbado. Respirando más fuerte de lo normal, pensando que nunca más vas a despertar.

La décima es una tontería. 

La veo todos los días, al otro lado de la acera, impasible con el mismo color verde desgastado de hace años. Y casi puedo verte sentado allí, que ya no es juventud ni es casa.

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