Opinión

Disfraces de campaña


Me gustan las campañas electorales que coinciden con los Carnavales. Un candidato es capaz de todo. Besan, abrazan, bailan. No hay bochorno que pueda frenarles. Pero en estas fechas se ven obligados además a disfrazarse. Rueda se convirtió ayer en Gandalf en Verín. Pontón se disfrazó en su cartel electoral. Y Besteiro lleva toda la campaña disfrazado de hombre invisible. 

El ritual electoral se mueve entre lo festivo, la sonrisa mitinera, y lo trágico, las encuestas internas. Las elecciones son perfecta imperfección y siempre tienen el morbo de lo impredecible. Pero aun así quienes viven de la política siguen teniendo fe infinita en el proceso. Hay políticos que le rezan a la democracia como otros lo hacen a la Virgen de las Angustias. 

Si votamos es solo porque las demás alternativas son peores, y porque necesitamos defendernos de las subidas de impuestos de una manera que no colisione demasiado con el código penal. Nunca he entendido esas frases a pie de urna: “hoy es la fiesta de la democracia”, “estamos de enhorabuena”, “debemos felicitarnos porque la jornada ha transcurrido sin incidentes”; ¡cielo santo! ¿Qué esperaban? ¿Qué los votantes le pegaran fuego a los colegios electorales?

En los adoradores del proceso electoral, siempre echo en falta a alguno que haya leído al cínico H. L. Mencken. “La democracia es una creencia patética en la sabiduría colectiva de la ignorancia individual”, escribió en Notas sobre la democracia, “nadie en este mundo, hasta donde yo sé, ha perdido dinero subestimando la inteligencia de las grandes masas de la gente corriente. Tampoco nadie ha perdido jamás un cargo público por ello”. Amén.

Y, sin haberlo leído, se comportan así. La campaña es siempre un homenaje a la estupidez de los ciudadanos, a nuestra estupidez. Para los políticos, y no hay colores aquí, la masa de votantes está compuesta por idiotas, la mitad, y hooligans idiotas, la otra mitad. Nos tienen el mismo respeto que nosotros a ellos. Eso es lo que les lleva a los simpáticos excesos festivos, porque creen que así es como nos divertimos los idiotas. 

Lo triste es que es mentira. Yo siempre estoy con los que se divierten. Pero los candidatos, ya sea disfrazados, entonando rancheras, bebiendo albariño, o perreando, no se están divirtiendo, tan solo interpretando. Se creen, en fin, actores de una comedia, pero lo son más bien de un esperpento. 

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