Opinión

BELLEZA DEL ADIÓS

La cuenta atrás ha seguido su imparable recorrido, y el día previsto, a la hora señalada, ha sucedido lo que por su protagonista se nos anunció. Benedicto XVI ha puesto punto final a su ministerio como sucesor de Pedro. Nos han vuelto a conmover sus palabras sencillas y breves, dictadas solamente por su conciencia abierta de par en par ante el Señor, ante su indisimulada ancianidad con los límites que esta entraña, y con la delicada obediencia a la misteriosa voluntad de Dios.


No se ha despedido como un líder mundial, sino como un padre que quiere el bien de sus hijos. No ha hecho análisis o valoraciones políticas de su pontificado, tampoco ha mostrado palabras de amargura o críticas por las incomprensiones y prejuicios con los que ha sido juzgado durante años por propios y extraños.


Llegó hace ocho años a la Cátedra de Pedro, describiéndose como 'un trabajador en la viña del Señor' y se marcha diciendo que él no es dueño de la Iglesia. Y que 'la Iglesia es Cristo', pero que su sí al Creador es 'por siempre y para siempre'.


El papa Ratzinger se ha dirigido a todos, hablando de corazón a corazón. No ha pretendido ser valorado por lo que ha hecho, que sin duda es mucho. Ha dedicado sus últimas palabras a hablar de lo que ama, del ideal de su vida que sigue vivo y joven. Ha dedicado palabras de agradecimiento hasta al invierno romano, a la vez que se ha mostrado realista y sincero, hablando también de sus días de sombras. Por último se ha definido a sí mismo, desde el balcón de Castelgandolfo, sencillamente como 'un peregrino al final de su camino'. Siempre emigrando de una ciudad a otra en busca de la Patria Definitiva. Nos deseó a todos en su último 'tweet': 'Gracias por vuestro amor y cercanía. Que experimentéis siempre la alegría de tener a Cristo como un centro de vuestra vida'.


La principal lección del papa alemán ha sido, sin duda, su persona, el camino que ha hecho como hombre de fe profunda, que ha querido afirmar hasta el final su secreto, 'donde hay Dios hay futuro'. Ha trabajado por la misión que tenía, que le encomendó Cristo: cuidar su rebaño y buscar la oveja perdida. En ese sentido no ha dejado de construir puentes con todos los hombres, especialmente ha sido elocuente el diálogo con la modernidad.


Sin duda, su legado es enorme y necesitamos tiempo para asimilarlo. Comprender e incluir ha sido su modo de relacionarse con hombres de diferentes credos, mostrando una confianza en la razón humana, desafiante. Nos ha mostrado a todos su actitud testimonial de amor al Señor y a la Iglesia, su pasión por la verdad y la belleza que le hacían interlocutor respetuoso de quien se supiera mendigo herido de las mismas. 'Que el Misterio de la Encarnación siga presente para siempre, Cristo continué caminando a través de los tiempos y los lugares'. Así se despedía Benedicto XVI mientras caminaba inseguro y con pasos cortos, pero fuerte en su debilidad. Sus limitaciones y desgaste físico no le han impedido ser una presencia que llena de esperanza 'el inicio de algo nuevo' como ha dicho su biógrafo.

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