Opinión

RECORDANDO A MIGUEL DELIBES

Los derechos humanos no son de izquierdas ni de derechas. Son simplemente humanos prepolíticos. De ahí que solo existe el derecho a defenderlos. Lo contrario es volver a la caverna, obcecación en la que se obstinan todavía algunos. Aunque no nos extraña, pues ya dijo Einstein que es más fácil desintegrar un átomo que acabar con un prejuicio. Estos días volvemos a comprobarlo con el aborto. Para aportar la serenidad y seriedad que nos falta parece oportuno recordar un artículo antológico de Miguel Delibes titulado: 'Aborto libre y progresismo'.


Antaño el progresismo -afirma Delibes- respondía a un esquema muy simple: apoyar al débil, pacifismo y no violencia. Años después, el progresismo añadió a este credo la defensa de la Naturaleza. Para el progresista, el débil era el obrero frente al patrono, el niño frente al adulto, el negro frente al blanco. Había que tomar partido por ellos. Para el progresista eran recusables la guerra, la energía nuclear, la pena de muerte, cualquier forma de violencia. En consecuencia había que oponerse a la carrera de armamentos, a la bomba atómica y al patíbulo. El ideario progresista resultaba claro y parecía bastante sugestivo seguirlo. La vida era lo primero, lo que procedía era procurar mejorar su calidad para los desheredados e indefensos. Había, pues, tarea por delante. Pero surgió el problema del aborto; el aborto en cadena, libre, y con él la polémica sobre el feto, si era o no persona, y ante él, el progresismo vacila. El embrión era vida sí, pero no persona, mientras que la presunta madre lo era y con capacidad de decisión. No se pensó que la vida del feto estaba más desprotegida que la del obrero y del negro, quizá porque el embrión carecía de voz y voto y políticamente era irrelevante. Entonces se empezó a ceder en unos principios que parecían inmutables: la protección del débil y la no violencia. Contra el embrión, una vida desamparada e inerte, podía atentarse impunemente. Nada importaba su debilidad, si su eliminación se efectuaba mediante una violencia indolora, científica y esterilizada. Los demás fetos callarían, no podían hacer manifestaciones callejeras, ni podrían protestar, eran aún más débiles que los más débiles cuyos derechos protegía el progresismo. Nadie podía recurrir.


Y ante fenómeno semejante algunos progresistas se dijeron: esto va contra mi ideología. Si el progresismo no defiende la vida, la más pequeña y menesterosa contra la agresión social ¿qué pinto yo aquí? Porque para los progresistas que aún defienden a los indefensos y rechazan cualquier forma de violencia esto es empezar atacando los viejos principios y la náusea se produce igualmente ante la explosión de la bomba atómica, una cámara de gas o un quirófano esterilizado.


Creo que estas reflexiones del ilustre literato son dignas de tomar en consideración.

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