Opinión

El abuelito de Heidi

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MARTES, 19 DE OCTUBRE

Quizás por el fin de la pandemia, nuestra tertulia está de lo más animada y hasta rebelde. Mira tú, llega el profesor muy cabreado. Le da un largo trago al gin tonic y dice como maldiciendo “No vuelvo a escuchar un tema de ese jodido grupo que tanto amé. Es como si traicionase a su generación, que es la nuestra. A lo mejor soy un inocente, un tipo caducado, pero en mis tiempos en la universidad me partí la cara para lograr la libertad de expresión. Hay que joderse, sus satánicas majestades se han bajado los pantalones y que nos den. Van los fulanos y se autocensuran, y sin compasión desalojan de su repertorio Brown Sugar, una de las canciones más hermosas. Me cuesta creerlo, hasta a ellos llegó la afilada guadaña de lo políticamente correcto. Incluso el propio Keith Richards, el chico malo de la banda, traga y dice ‘Bueno, no quiero meterme en líos, sólo es una canción que habla sobre la esclavitud’. Cómo te rajas, tú, Keith, tú que conoces el azufre de las calles del infierno”.

“Y es verdad, he leído cien veces la maldita canción y para mí no es más que una denuncia de la esclavitud, eso sí, con el hiriente lenguaje ‘stoniano’. Ya conocemos a Mick Jagger y su alma de negociante, sólo dijo ‘La quitamos del repertorio y ya está”.

El profesor no para y se enfurece por momentos “Mira alrededor, ya nadie protesta y todos gritan ‘viva lo políticamente correcto’, como si todos estuviésemos anestesiados de una bacanal de Prozac. Decía Hitler ‘si hacemos a todos los ciudadanos vigilantes, ya no nos hará falta policía’. Por ese camino vamos. Y aquí estamos gozosamente en un mundo cada vez más idiota, encarcelan a los raperos, los cantautores esconden sus canciones protesta y el columnista de periódico mira acojonado la página en blanco”.

Todos escuchamos a nuestro contertulio profesor en silencio, casi consternados. El músico interviene “Me viene a la mente aquel estribillo de Bob Dylan ‘Cómo entristece cuando los que amas te defraudan’. Me pregunto qué va a ser de las canciones de Black Sabbath, de Marilyn Manson o de los Siniestro Total, tan divertidos. En este país sabemos bien lo que es la censura. En toda la larga posguerra y hasta el inicio de la democracia, el lápiz rojo del censor subrayaba aquí y allá. Ay, cuando escribíamos en las paredes ‘No estoy de acuerdo contigo pero haré lo que haga falta para que te expreses”.

(Ay Keith, Keith, sé que andas de gira por América vestido con tu uniforme de chico malo. Quizás olvidaste aquella cita de Camus “Cuanto más viejo, más rebelde”. Dicen que pronto vendréis por aquí, si vienes vístete por favor como el abuelito de Heidi).

JUEVES, 21 DE OCTUBRE

Quiero hablar de Santiago Auserón, o Juan Perro, porque mi velada con él me dejó ciertamente fascinado. Ya hablé de su concierto y es real que las dos horas a su lado fueron como si limpiasen nuestros ojos después de estos dos crueles años de pandemia. Fue cálido, humilde, como si nos hiciese sentar en el caribeño malecón de La Habana y desde lejos oíamos los tambores salvajes tal vez de una macumba. Nos trajo el jazz, el son y el blues.

Pero quiero contar de Santiago humanamente hablando. Mira tú, íbamos caminando por el Paseo de la ciudad. De pronto se detiene y me dice “Por esta calle debieron caminar dando bandazos Cibrán el Castizo, Xanciño el Bocas, y Aladio Milhomes, los tres personajes que creó Blanco Amor. No sabes lo que me impresionó esa novela. Es tan bárbara y tremenda, que para leerla aprendí gallego. Todavía no he visto la película, no sabes las ganas que tengo de verla. No creas que sólo he leído a Blanco Amor, conozco también a Vicente Risco que era un gran conocedor del diablo, y sé que esta ciudad siempre estuvo llena de artistas y escritores. Ayer di un paseo por la ciudad vieja y, créeme, creí escuchar un latido misterioso, quizás los pasos perdidos de los tres personajes al encuentro con su tragedia”.

Yo quise recordarle aquel concierto de 1980, el primero que dio su banda Radio Futura, allá en las fiestas de San Isidro. Fue en la Plaza Mayor y fue apoteósico. Para mí, que conozco bien esos tiempos, con aquel concierto comenzó el sueño que se llamó Movida madrileña. Su canción más maldita y que jamás interpretan, ‘Enamorado de la moda juvenil’, ya presagia “En un momento comprendí / que el futuro ya está aquí”. Ay, algunos de aquella banda ya están en la gloria escuchando seguro a su grupo favorito Roxy Music. Él me dice humilde “Tal vez, tal vez”. Después, hermana, hermano lector, ya sabes, se transformó en Juan Perro y sus diez discos son imprescindibles en la historia de la música española.

Santiago estudió filosofía en París, ya dije que es un hombre del Renacimiento. Escritor, filósofo, compositor y pensador. Nos presentó su libro ‘El ritmo perdido’ en que investiga la influencia de la música negra en nuestro país. No quise meterme demasiado en su vida privada. Sé que tuvo ocho hijos, una falleció al poco de nacer. Me cuenta “A Catherine la conocí allá en el 74 en un local de la Costa Brava. Recuerdo que había un follón tremendo, todo el mundo bailaba y ella y yo nos enfrascamos a hablar de literatura. Desde entonces, jamás nos hemos separado. Ella escribe y se define como una escritora secreta. Hace poco presentó su libro ‘El árbol ausente’, que yo prologué”.

Casi a nuestro lado, camina Catherine con su mirada sabia y llena de ternura. Él me dice “Es una hija del mayo del 68. Estudió en Vincennes, en aquella universidad libertaria en donde en los exámenes se respondía con preguntas. Era una universidad transgresiva e irreverente donde todavía en las paredes se escribía ‘Prohibido prohibir’ y aquello de ‘Desabrochen el cerebro tan a menudo como la bragueta’, o ‘Sed realistas, pedid lo imposible”. Santiago me cuenta “Vivo entre Madrid y un pueblo de Mallorca que da al mar donde compré una casita con los derechos de Radio Futura. Los dos amamos, sobre todo, la literatura”. Le hago la pregunta fatal “¿No crees que somos la última generación que ama la escritura?”. Santiago se detiene, me mira y dice “¿Conoces ese verso?: ‘Lo que amas, perdura”.

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