Opinión

Al fondo del vaso

Te cuento. Jean Pierre Santos se fue deslumbrado de la ciudad. Jean es un sesudo crítico de jazz que ha biografiado a algunos de los grandes. Es belga y prepara un documental sobre las rutas de los jazzmen y los locales con más pedigree.

Inevitablemente, vino a grabar imágenes del Café Latino y a filmar un diálogo con Eduardo, su propietario. “Me sorprende que una ciudad pequeña como Ourense tenga un verdadero templo del jazz; incluso mejor que en capitales centroeuropeas como Bruselas, donde yo vivo”.
Jean añade sonriente: “Desde hace años he visto la pegatina Café Latino pegada al aparatoso contrabajo al lado de otras de lugares míticos. Pegunté a algunos artistas amigos, por ejemplo a Gary Bartz, y todos insistieron en que era una de sus citas favoritas. En el boca a boca, los músicos comentan con un guiño el buen trato, los suculentos cocidos y el descubrimiento de ese elixir de dioses que llaman licor café. Por supuesto, yo estoy impaciente por engullirlo”.

Estamos en el café ourensano. Acompañamos a Jean Pierre mientras contempla las fotografías que hizo Santiago Barreiros a todos los artistas que han pasado por aquí. Jean abre mucho los ojos y se detiene casi boquiabierto ante la imagen del saxofonista Phil Woods: “¡Ay!, es uno de mis artistas de cabecera, tocó tantas noches con Charlie Parker que muchos pensamos que es su sucesor”.

Jean nos mira y sonríe pícaro: “Conozco todo sobre Phil, he investigado y la leyenda es cierta: cuando murió Charlie, su mejor amigo, él heredó su saxo y se quedó también con su mujer”.
Bueno, hermano lector, no te voy a decir la lista de artistas que pasaron por aquí. Fíjate, Ron Carter contrabajista; Roy Hargrove trompeta; ¡dios mío!, Randy Weston que inundó de Brooklyn la sala. ¡Uf!, el guitarrista Al Di Meola. No falta nadie. 

Ahora, Eduardo nos lleva a donde está la mejor fotografía de un grande. Justo a la entrada, a la derecha, el mítico vibrafonista Milt Jackson. Créeme, te detienes ante ella y sus ojos te perturban. Eduardo cuenta la historia: “Fue allá en 1999, una larga noche con algún blues muy dolorido. Milt escapaba del fotógrafo Santiago como del diablo. Lo cazó. Al terminar, el viejo vibrafonista se sentó en una esquina de la barra y solitario e imperturbable bebió hasta que cerramos. Al día siguiente, partió para Missouri, su ciudad. Justo veinte días después, falleció, tenía 76 años. Aquel fue el último concierto de su vida. Te juro, Milt lo sabía mientras miraba aislado el fondo de vaso”.
(Hace treinta años que Eduardo trajo el jazz a la ciudad. Hace treinta años que Jose sirve el último bourbon, mientras mira con sus ojos sabios al jazzman. 
Jean Pierre se despide. Nos abraza. Se va. De pronto, regresa. ”¡Eh, Jose, aún no he probado ese elixir milagroso!”)

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