Opinión

El arte de buscarse la vida

MARTES, 5 DE OCTUBRE

Llego y mis tertulianos me preguntan por los músicos callejeros de los que escribí hace un par de semanas. Les sorprendió que algunos tocaran siempre la misma canción. Ya lo conté, terminan y ¡zas!, vuelta al comienzo de su tema sin interrupción.

El profesor enseguida saca punta y analiza: “Conozco desde hace mucho tiempo al guitarrista de la Plaza del Hierro del que escribiste y es bien cierto que jamás se aleja del riff de ‘Pardao’ de Los Suaves”. Reflexiona: “Parece castigado por los dioses, como Sísifo, el fundador de Corinto, un rey impío que los dioses condenaron a empujar cuesta arriba por una empinada montaña una gran piedra que, justo al llegar a la cima, volvía a rodar hacia abajo, repitiéndose una y otra vez el frustrante y absurdo proceso”. Interviene el músico: “Los legendarios Pink Floyd tienen una obra basada en este mito que escribieron en la isla de Formentera, cuando el genial Syd Barrett todavía vivía”.2021-10-10 ANGULO INVERSO Ilust.jpg_web

Mis tertulianos son cultos. Ahora interviene el abogado: “También Albert Camus escribió sobre este mito pero para él no era un castigo sino la lucha de uno mismo por llegar a las alturas”.

Pero hermano, hermana lectora, he de volver a los músicos callejeros. Tenía yo mis dudas de contar el secreto que me reveló uno de estos músicos. Cierto, no diré cuál ni lo delataré. El músico extiende su funda en el suelo, coloca el instrumento aparentemente desvencijado al lado y se sienta inmóvil. Entablo conversación con él, le tiro de la lengua y, con un guiño, me espeta: “No me descubra el negocio, pero he descubierto que gano más dando pena que tocando”. Mis contertulios se quedan desconcertados. Alguien dice: “Seguro que es un músico muy malo”. Acierta mi colega y nos recuerda que el músico más mítico de la tertulia griega, Orfeo, también fue un pícaro que con su lira cautivó a Hades, el dios del inframundo, y consiguió rescatar a su esposa Eurídice de entre los muertos. La tertulia continúa por el turbio mundo de los pícaros.

Dice el psiquiatra: “La historia de España está llena de pícaros y camastrones, en ningún país se escribieron obras como ‘El Lazarillo de Tormes’ o ‘El Buscón’ de Quevedo. Para ser mercader de la desgracia propia hay que tener también mucho arte. El fulano ha de saber conmover al inocente transeúnte. Sentarse y poner la justa frase dolorida en el cartón. El niño en brazos, alquilado o no, funciona muy bien entre la gente poco avisada. Allá en la posguerra todavía tan cercana, los fulanos exhibían sin pudor sus llagas, sus muñones y se instalaban de rodillas y con los brazos en cruz en las calles. Abundaban los tipos que en un pispás te asaltaban y contaban sus increíbles listas de desgracias”. El poeta Víctor Campio, que vivió en el Madrid de los cincuenta, me contó que en aquellos años de miseria abundaban los poetas aquí y allá: ‘Yo iba al legendario Café Pombo, donde aceptaban cambiar un café por un poema que el generoso propietario colocaba en la pared”.

El pícaro es en la literatura un héroe astuto y malicioso que tiene grandes habilidades en buscarse la vida engañando a los demás. Para otros es bajo, ruin, falto de honra y de vergüenza.

Hay que joderse, aún sale de vez en cuando en los periódicos algún pringao al que timaron con el timo de la estampita; ya sabes, uno hace de tonto, otro de caballero y el avariento infeliz se lleva un fajo de trozos de periódico. Hay que joderse, no hace mucho ocurrió en Carballiño. Quizás el truco más clásico y español es el del “tocomocho’” Se trata de vender un billete de lotería falsamente premiado. Pero el truco más español de todos, el de toda la vida, es el de “las tres cartas”. Ay, yo conocí al mejor, un verdadero artista en este juego. Se llamaba Titá, era popular y querido allá en mi Verín fronterizo. Yo lo vi ejercer cuando las ferias estaban llenas de ganado. Tenía una labia que camelaba de inmediato al incauto. Contaba con tres o cuatro ganchos que empujaban con tretas a los paisanos a jugar. Cuando iba a tierras portuguesas, donde el juego es una religión, incluso llevaba a algún forzudo por si el demonio no se ponía de su parte. Si olfateaba cerca la autoridad, con una velocidad estratosférica levantaba el chiringuito. Asombroso esto de las tres cartas que parece continuar vigente. Ahora, los trileros se desplazan a la costa mediterránea y hacen estragos entre los relajados turistas de Centroeuropa.

(Hasta no hace tanto llegó a haber hábiles cosedoras de virgos en las casas de citas. Allí acudían adinerados clientes que pagaban grandes sumas creyendo romper la virginidad de la joven moza. Pero estamos en el siglo XXI, llegaron las nuevas generaciones de pícaros, fulanos que parecen empujarse por “la red” y logran vaciarte por internet hasta tus más secretas cuentas bancarias. Quedan lejos las hazañas del Buscón, aquel pícaro de Segovia que llegó a robar la espada del rector de la ciudad e incluso la espada de la justicia. ¡Qué tiempos! Parece que todavía no las hayan devuelto. Así que hermano, hermana lectora, no es mal tiempo para leer al gran Quevedo o la anónima novela de “El Lazarillo de Tormes”. Quizás te enseñen el difícil arte de no ser un pringao tecnológico.)

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