Opinión

Cómplices

Cuentan que el frío general ferrolano era un ávido lector de El Caso. Su gélida esposa, Dña. Carmen, sufrió insomnio con todo aquello del Jarabo cuando el verdugo lo arrastró al cadalso. 

Allá por 1952 salió a la calle el semanario. Era aquella España de posguerra: procesiones tristes, familias numerosas y niños con los brazos en cruz. Ay, amigo, la España profunda. Aquí no hubo, como en Chicago, grandes ‘gangsters’ con metralleta, veloces autos y asesinar sin piedad al soplón. Cierto, aquí, hasta los años 70, la camada de malotes era de poca monta. Cochambre de rateros, trileros y los timos del nazareno y de la estampita. 

El periodismo de sucesos era muy parecido al de la serie televisiva: "Buscamos periodistas que sean perros de presa con olfato, que no se creen la primera versión". ¿Cómo te diría?, tenían eso tan devaluado que es la vocación. Manolo Rey pertenecía a esa estirpe. Cuando sonaba el teléfono y había un crimen, una humedad pastosa cubría su frente. Tenía toda la red de conexiones, incluso algún juez amigo le pasaba datos confidenciales, secreto de sumario. Rey era de esos tipos capaces de detectar al delincuente que como el zorro borra su rastro con la cola. 

Los periódicos siempre han tratado de ocultar las noticias de suicidas. Existe todavía la creencia de que publicar estos hechos empuja a otros desgraciados a seguir el mismo camino. Yo no creo que sea así. Esa autocensura tiene más de mito que de realidad. 

En está olvidada provincia abundaron los ahorcamientos en las aldeas, los disparos con escopeta, despeñarse... Ah, lanzarse desde el viejo Puente Romano se convirtió en todo un ritual en la época. 

En los 70, llegó el aguijón mortífero de la droga dura que alcanzó a un par de generaciones cándidas y desinformadas. Mira, los que han echado cuentas hablan de centenares de víctimas, muchas de ellas en anónimas tumbas. 

Malos tiempos. Crímenes, robos y asaltos a mano armada. No quedó una farmacia de la ciudad sin desvalijar. Excúsame que haga memoria, desde entonces hay más de media docena de asesinatos sin esclarecer. Ahí tienes el último: Socorro Pérez, que apareció sin vida en un descampado del Couto. 

(Las perturbadoras portadas de El Caso. La insultante arrogancia del Jarabo que conmovió a todo el Estado. Las certeras 'Remington', cómplices del sufrido redactor de sucesos. Los bigotes circunflejos de los comisarios. La vieja Plaza de San Marcial donde vagan todos los espectros...)

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