Opinión

Los criados espían detrás de las puertas

MIÉRCOLES, 6 DE MARZO

Pasó por el Teatro Principal Lolita Flores, que se vació en cuerpo y alma en un monólogo desgarrador. Presentó “Poncia”, un texto a partir de la obra de García Lorca “La casa de Bernarda Alba”. Un texto quizás con excesivos clichés pero que enamoró a los espectadores. Ya sabes, Poncia era la gobernanta de la casa. Ay, los criados espían y escuchan detrás de las puertas y son testigos silenciosos de la vida de sus amos.

Cierto, la voz herida de la Flores llenó el escenario de duende. Momentos mágicos como cuando dice sobre la hija suicidada de Bernarda: “Ha muerto una hembra valiente”. La libertad, la culpa, el sexo, la soledad que hiere como una metralla.

(El público conmovido no cesó de aplaudir. Pero ella mandó parar y arengó: “Hay que luchar contra la injusticia y amarse”). 


JUEVES, 7 DE MARZO

Admiro mucho al escritor Juan Manuel de Prada. Alguna vez escribí sobre su relación con Verín. Desde los años sesenta, sus padres y abuelos venían a curar su salud en las milagrosas aguas de los manantiales verinenses. Eran tiempos en que llegaban a la villa personas de distintos puntos “a tomar las aguas”. Les llamábamos “los agüistas”. A veces llenaban los hoteles de Verín y daban un aire cosmopolita a la villa.

Cierto que la familia De Prada continúa viniendo a cumplir con su rito de tomar las aguas. ¡Ay!, se va perdiendo esa tradición. Llegaban pálidos y con dolores varios, y se iban agradecidos con el rostro saludable.

Para sorpresa mía, el último artículo de “Animales de compañía” que escribe Juan Manuel cada semana en el suplemento XL fue, cómo te diría, casi un canto a Verín. “El olor umbrío y arborescente de los helechos, el olor trémulo y medicinal del poleo, el olor espeso y lentísimo de la resina. Mi padre y yo correteábamos detrás de las mariposas. Habíamos aprendido a distinguir el vuelo solemne y aparatoso de las pandoras, de cobre moteado y el vuelo engreído y aristócrata de las ninfas de los arroyos”. Qué barbaridad, hermano lector, ojalá algún día llegue a escribir como él.

Cuenta su fascinación cuando una tarde pudo contemplar “la majestad de un macaón en reposo”. Su tristeza al observar los restos de un macaón atrapado en una telaraña. Relata la congoja infinita que le invadió y su venganza “desbaratando a puntapiés la telaraña”.

Su familia y él, cuando llegan, se hospedan en el hostal Lugano que tiene un restaurante con fama de buena cocina. Desde el comedor se ve la barra, siempre llena de personajes variopintos que beben, discuten e incluso hacen fiesta. Esto lo observaba Juan Manuel desde la mesa donde comían. Él, que venía de la silenciosa y árida Zamora, le decía asombrado a su padre: “Aquí están todos locos”.

Ahora que el tiempo y el silencio borran la memoria, el olvido se convierte en el peor crimen. Leo el artículo de Juan Manuel, “Macaón”, e inevitablemente me empuja a mi infancia, a aquel Verín de personajes auténticos. Puros “raiotos”. Era un tanto libertaria. Corría el dinero, guardias y contrabandistas confraternizaban en el café Nuevo. Tipos astutos que despistaban audazmente a los carabineros. “Nací para correr”, la canción de Bruce Springsteen, define bien aquellas generaciones cuando la frontera marcaba los límites.

¡Cómo no le iba a fascinar el valle al zamorano! Si podías tomar truchas con la mano en el río Támega. La vida está ahí para ser gastada. A pesar del despojo ecológico, todavía en ese trozo de mundo la vegetación crece con furia. Recuerdo pues aquel casino, el casino provinciano que cantó Machado. Sus huéspedes tienen “mustia la tez, el pelo cano”. Aquel limpiabotas que no se sabe cómo arribó a Verín. Dos o tres veces al día se paseaba delante del casino y gritaba burlón: “El arca de Noé, un animal de cada especie”.

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