Opinión

Cruel censor en una extraña ciudad

ALBA FERNÁNDEZ
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JUEVES, 18 DE ABRIL

Quizás sea el personaje más olvidado de la cultura ourensana y galaica. Escribo sobre este hombre que decidió llamarse Ben-Cho-Shey. Tomó ese nombre allá en 1921. Era soldado en las tropas que luchaban en el norte de África justo cuando sucedió el Desastre de Annual, una de las páginas más tristes de nuestra historia. Más de diez mil soldados murieron y gran parte sufrió las torturas más crueles de los rifeños mandados por Abd el-Krim. Yo estuve allí en los ochenta, encontré una bala que guardo. Siempre me conmovió esa derrota.

Allí nació su nombre arabesco, Ben-Cho-Shey, con el que se hizo “cronista de guerra” y envió crónicas casi clandestinas lejanas a la verdad oficial al diario La Zarpa, que dirigía Basilio Álvarez. Se ocultaba bajo este nombre porque a los militares les estaba prohibido escribir de África. Escribió de un ejército mal equipado y muy a merced de las huestes rifeñas. Son crónicas entrañables, al leerlas hoy te llenan de melancolía.

El escritor ourensano Paco López-Barxas ha escrito una obra en la que reivindica el alma de este autor, cuyo nombre real era Xosé Ramón e Fernández Oxea. Hizo un gran trabajo de investigación e, incluso, recuperó su epistolario, sus cartas y su relación con los intelectuales gallegos. Fue su amigo y, a veces, confidente allá en los setenta en Madrid.

Es inevitable que escriba su original epitafio, que preside su tumba en el Cementerio de San Francisco: “Ten o gusto de lles ofrecer ós seus amigos o seu novo domicilio no cumio do cimiterio de Ourense, onde os agardará ata que o boten dalí os ediles de turno. / Quedan suprimidas tódalas homenaxes postmortem porque as cousas ou sen fan ó seu tempo ou non se fan”.

Como todos los poetas y escritores de la larga posguerra, estudió en el seminario de Ourense. Allí había una biblioteca excepcional, con muchos libros prohibidos. El modisto Adolfo Domínguez me contó que su amor por la literatura nació en el seminario. Allí fue bibliotecario. Se subía a los árboles desde donde leía a los clásicos mientras otros jugaban al fútbol. Sin embargo, hablar gallego era una falta de disciplina.

Después, dedicó su vida a la defensa del gallego. Incluso sufrió destierro a Extremadura. Recuperó aquel idioma de los afiladores y ambulantes, el barallete. Su uso sólo estaba reservado para los iniciados. Escribe López-Barxas: “En Ben-Cho-Shey ten polo tanto Galicia o cabaleiro andante da xeografía dos seus pobos e a voz das súas xentes”. Cuenta que fue el propio Ben-Cho-Shey el encargado de llevar a la oficina de censura un ejemplar de “A esmorga” de Eduardo Blanco Amor. Cierto, lo recogió censurado en toda su totalidad. “Con bágoas de rabia e impotencia dijo: ‘É certo que ‘A esmorga’ é un libro un pouco porco, pero eses canallas do Ministerio de Información e Turismo acaban de privar a Galicia da súa mellor novela contemporánea”.

A parte de “Ben-Cho-Shey inédito”, López-Barxas acaba de sacar un cuento, “Os segredos do bosque de Ben-Cho-Shey”, con dibujos de Acisclo Manzano. Comienza: “Aquela mañá, envolta pola néboa, a mestra entrou na clase e dixo…”

(Escribió Ben-Cho-Shey: “un pouco porco”. Cierto, qué extraña ciudad ésta que tiene como libro de cabecera una obra oscura y un poco maldita, “A esmorga”, llena de talento. Qué extraña ciudad tan cantada por los poetas, hasta creó una orden de caballeros ambulantes: los afiladores. Qué extraña ciudad que dio las mejores mentes del siglo pasado y un estilo para vivir: “ser bo e xeneroso”. Qué extraña ciudad a la que cantan Los Suaves su blues doliente). 

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