Opinión

Héroes olvidados

Alba Fernández
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JUEVES, 14 DE DICIEMBRE

El lunes allá fui a Urgencias en una ambulancia. Por fortuna, una falsa alarma. Vaya experiencia. Te cuento. Nada más entrar, aluciné, tuve que hacer malabarismos para atravesar un largo pasillo. Allí había una multitud, algunos a la espera de ser atendidos, otros que tenían el rostro empalidecido esperando no sé qué.

Cielo santo, mientras caminaba comprendí los males de esta desquiciada sanidad española. Ay, no hace tanto, nuestra Seguridad Social era la mejor del mundo. Hoy te invade la desazón si tienes la desgracia de entrar en un hospital.

Me explico, venga a llegar ambulancias que entraban por Urgencias. Pero lo que más me conmovió fue observar cómo doctores, auxiliares, celadores, enfermeros, todos los que trabajan allí atendían casi imperturbables y con serenidad a los pacientes.

Allá cuando la pandemia, los ciudadanos los llamaron héroes y los aplausos sonaban por doquier agradeciendo su labor. Pero aquello pasó. Ahora... el olvido. Ya nadie aplaude y las protestas en las calles se silenciaron.

Hay una vieja expresión española, “dejarse la piel”. Nunca una frase definió tan bien a unos profesionales. Ay, me pregunté cómo me puede sonreír esta enfermera que ha doblado el turno y me atiende entre tanto agobio. Pero te cuento. Mientras esperaba los resultados de mis pruebas, me dejaron en una extensa sala. Te juro, me estremecí. Justo fui a sentarme al lado de un anciano que estaba en una camilla y que presentí moribundo. Tenía sobre la nariz un respirador pero cada cierto tiempo se le movía y entonces daba unos alaridos espectrales. Allí estuve cerca de una hora mientras una enfermera llena de apuros sacaba segundos para atender al hombre.

(Allí estuve unas horas y observé el trabajo descomunal de los que trabajan allí. Bien cierto, poseían eso tan olvidado que se llama vocación. Los ciudadanos se quejan de la lentitud, de la carencia de médicos y de la falta de alternativas de la Administración. Sí, se olvidaron ya los aplausos y protestas en los días de pandemia. ¿Dónde está mi generación que luchaba en las barricadas contra la injusticia? Ahora, atolondrados y cobardes, nos encojemos de hombros. ¿Cómo es posible que ante la situación límite en los hospitales no haya respuesta cívica? ¿Cómo es posible que estemos tan mansos y domesticados? Mientras las sirenas de las ambulancias recorren sin pausa las ciudades, sólo se escuchan lamentaciones inútiles, como abandonados a una fatalidad malsana.

Ayer leí unos versos de Patti Smith: “He estado en lugares peores y en lugares mejores. He visto mundo y lo único que quiere la gente es una mano tendida que te saque del lodazal”).

VIERNES, 15 DE DICIEMBRE

A veces cuando estoy triste, que es frecuente, llamo a mi amigo Tato Gómez. Vive en Alemania, es chileno y es una de las personas más espirituales que he conocido. Te cuento. Alguna vez escribí sobre él. Es músico y allá en el 83, cuando se hizo el Rock&Ríos que marcó un antes y un después en la música española, él fue el alma de todo aquello. Llenó aquella banda de espiritualidad y preparó al granadino para aquel desafío de la gira que conmovió a España. Y Tato logró que la magia cubriese el escenario.            

Recuerdo que, cuando allá en los setenta acompañaba a Carlos Oroza como telonero en sus recitales por el país, Carlos me decía: “Antes de actuar, tenemos que pisar tierra santa”. Cómo éramos. En Pamplona nos pasamos dos horas descalzos por el cementerio de la ciudad. ¡Cómo es la vida!, hace unos días, Tato me contó que durante aquella gira del 83, él iba a las iglesias de cada lugar en que actuaba para llamar a los seres de luz y que todo saliera bien. Hay un tema que se interpretó en aquella gira, tan espiritual que se titula “Buscando la luz”:. “Porque esta vida tendrá sentido si es que logras ver tu universo espiritual./ Y así... esa cita con la evolución se llama amor”. 

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