Opinión

Islote de resistencia

ALBA FERNÁNDEZ
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Me he encontrado aquí y allá exalumnos, casi todos han logrado sortear con buen karma los avatares de esta puñetera vida

JUEVES, 28 DE SEPTIEMBRE

Nos reunimos una treintena larga de exalumnos de Cisneros. Cielo santo, desde los años sesenta del pasado siglo. Allí estábamos todos ante una opípara comida. Cierto, orgullosos de aquel colegio diferente, un poco libertario, lejano, muy lejano a otros de maestros de alas negras.

Allí tuvimos profesores que seguían la máxima de Machado: “Enseñar encantando, enseñar cautivando”. Cómo te diría, tenía algo de enseñanza republicana. Profesores cercanos a la Xeración Nós, como Xaquín Lorenzo, Xocas, o el filósofo López Cid que nos enseñaba la máxima de ser “bos e xenerosos”. No pasaban lista. Por ejemplo, llegaba a clase López Cid, nos miraba a todos con gesto acogedor: “A ver, usted, escriba en el encerado ‘Lo que amas perdura”. Y casi toda la clase transcurría sobre esta cita.

En aquellos años sesenta, los colegios tenían los internados a rebosar. Una generación muy marcada que llenó los psiquiátricos y que estudió el doctor Cabaleiro. Me refiero a la masiva emigración a Centroeuropa. Ay, llegaban regalos de Düsseldorf o Zúrich, pero no el cálido abrazo de los padres.

Pero volvamos al colegio Cisneros. La verdad es que no nos miraban bien los de otros colegios cuando íbamos, por ejemplo, a competiciones deportivas. Decían en Maristas: “Cuidado, que hoy vienen los de Cisneros…”

Cierto es que nuestro colegio era la última esperanza de muchos padres con hijos problemáticos. Había muchos chicos rebotados de otros centros. Pero aquella forma de enseñar dejó huella en todos nosotros. Por ejemplo, a todos los que nos reunimos en la comida el otro día, les había ido bien la vida. A lo largo de estos años, me he encontrado aquí y allá exalumnos, casi todos han logrado sortear con buen karma los avatares de esta puñetera vida. Cierto, también me encontré a algún trilero en las calles de Salamanca y a un ‘kie’ de la prostitución en Bruselas. Pero mira tú, de allí han salido desde un campeón del mundo de fútbol, dos o tres alcaldes de ciudades importantes, muchos doctores, músicos y artistas de renombre, bancarios y maderos, bastantes maderos. Que yo sepa, no salió ningún ‘panoli’.

Yo llegué allí huyendo de la exagerada disciplina y el tufo a Frente de Juventudes joseantoniano del colegio Calvo Sotelo. Te juro que desde el primer día de internado supe que aquel era mi sitio. En medio de aquella España en blanco y negro, nuestro colegio era como un islote de resistencia. Cuesta creerlo a día de hoy, pero si no querías ir a misa los domingos, nadie te decía nada. Tampoco nadie sintió en sus muslos la sebosa mano huesuda de un maestro con sotana.

Entré en 4ºB, bendito 4ºB que recuerdo ahora con melancolía teñida de nostalgia. Era el curso de los repetidores y de los que llegábamos heridos de otros colegios. Allí no solo aprendí a tener un espíritu intrépido, casi todo el mundo salvó el obstáculo de la jodida reválida de cuarto.

Qué contradicción, el jefe de internado era El Moro. Se decía que en su época de cura castrense había dado la absolución a muchos que iban a morir fusilados. Y, sin embargo, con todos nosotros tenía una cierta ternura paternal. A veces, claro, se le escapaba alguna hostia. No es leyenda, se le notaba en el blusón un bulto que todos sabíamos que era una pistola, un pistolón decíamos allí.

(Así que allí estábamos la treintena larga de alumnos. Al final brindamos: “Estudiar en aquel colegio fue una de las cosas más importantes que nos ha pasado en nuestra vida”. En un flash, miro el rostro de uno en uno y en todos veo una lejana rebeldía heredada. No hay color, ay, esa gelidez que cubre a los que estudiaron en colegios de rosario y misa obligatoria. Los miro y presiento que ninguno de ellos pertenece a los que ocultan la cabeza en el triste movimiento del avestruz.

El tiempo pasó por todos nosotros. Pero el clásico dijo: “El tiempo no pasa, el tiempo es la herida”).

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