Opinión

La tribu luminosa

ALBA FERNÁNDEZ
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JUEVES, 21 DE MARZO

Radio Liverdade es una emisora comunitaria que retransmite desde el corazón del casco antiguo. Lleva ya años pero ahora toma empuje de la mano de Alfonso Cid, un veterano de la radio siempre cercano a los marginados. Fue uno de los fundadores del Comité Anti-Sida. Ahora, recién jubilado, se involucra en nuevos proyectos de la emisora de Radio Liverdade. 

Acabo de colaborar con él en un programa dedicado a la ya mítica señora Obdulia. Allá en la plaza de Saco y Arce luce una escultura en su honor que trabajó con esmero el artista Penín.

No está de más recordarla en estos tiempos en que la solidaridad es ya un espantapájaros, una olvidada virtud como de tiempos remotos. Ahí va ella todo el día en la calle con su mandil blanco, su largo pelo negro recogido en un moño a la búsqueda de medios para llevar a su extensa prole adelante. Cierto, corrían tiempos solidarios y transparentes. El inolvidable doctor Gallego, el médico de los pobres, jamás cobraba. Él cuidó con calor de aquellos críos. El barrio entonces era otra cosa, mucha gente la ayudaba, incluso alguna farmacia le proporcionaba medicinas.

Ahí está Obdulia en su humilde casa de la calle de los Baños, cocinando para todos en una cacerola; ahora lava la ropa de todos, se asegura de que van a la escuela y les inculca valores hoy olvidados. También les enseña disciplina y a rezar. Una prohibición: que no se acerquen a los cercanos bares de prostitución. Pero ellos alguna vez hacen recados a los chulos y a las mujeres, sólo entonces Obdulia les reprende con firmeza.

Finales de los sesenta, un centenar de prostitutas en el barrio. ¡Ay! brujuleaba aquella triste legión de chulos que las extorsionaba. Y allá hacia las tres de la mañana, cuando cerraban, las esperaban en sus coches y motos para rendir cuentas. Cierto, en la madrugada alguna vez brilló la navaja albaceteña entre ellos. Sobre todo, si alguien intentaba “levantarle” la chica a otro.

Todo empezó cuando algunas prostitutas tenían hijos que no podían atender. Entonces, tener hijos de soltera era un estigma. Obdulia comenzó a recoger a sus niños y ellas le pagaban alguna cantidad. Pero la vida en el lado oscuro es dura y los chulos se llevaban toda la pasta. Muchas desaparecieron, no hubo más dinero pero eso no fue problema para Obdulia, que luchaba por sacar las pesetas hasta debajo de las piedras. Lo escribí alguna vez, me contó: “Mi progenitora, como muchas prostitutas, me entregó a la señora Obdulia, que fue mi verdadera madre hasta el 85, en que falleció. Tuve tres hermanos de sangre y otros diecinueve de convivencia. Todos éramos hijos de prostitutas. Fue un tiempo muy feliz. Dormíamos de tres en tres, comíamos por turnos y, por supuesto, íbamos todos a los colegios cercanos del Posío. Una santa”.

Hermano lector, tampoco me resisto a rescatar una vieja entrevista que hizo aquel periodista de raza, Álvarez Alonso: “Entro en una casa vieja, muy vieja, las escaleras crujen, te expones a meter un pie en un agujero. En el último piso viven la señora Obdulia y los suyos. Todo es muy limpio, ordenado, los niños van llegando. Dicen: ‘Hola mamá’, y se ponen a hacer sus deberes. Uno de ellos se concentra en dibujar”. Pienso en ella, me imagino en su casa, seguro flote el verso del clásico: “Aquel que camina una sola legua sin amor, camina amortajado hacia su propio funeral”.

(En el programa de Radio Liverdade hablaron de la historia apasionante de esta mujer. Allá avanzados los años treinta, cuando Ourense tenía un alcalde socialista fusilado después, Obdulia trabajó en su casa como limpiadora y lavandera. Su marido también era de ideas de izquierdas. Cuando el general ferrolano y sus militares africanistas se sublevan y comienza la Guerra Civil, llegan tiempos de pistoleros y venganzas. Una madrugada, cuatro individuos de camisa azul golpean en la puerta de su humilde casa. Entran, arrastran a su marido y lo suben a una camioneta donde están otros desgraciados. Jamás apareció.

Ella no se arredra. Vigilada, se refugia en tierras verinenses. Después regresa a Ourense. Justo entonces, comienza su luminosa historia de madre de todos los niños del mundo).

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