Opinión

La máquina de la amistad

MARTES, 29 DE JUNIO

El profesor llega a la tertulia, cómo te diría, cabreado, que es muy español. Trae los ojos lacrimógenos y viene ligeramente empalidecido. Se sienta, dice “Buenas”, y le comenta al camarero: “Hoy no me pongas gin tonic sino un buen vaso de vodka”. Los contertulios permanecemos en silencio. Él explota: “Vengo harto, hoy he dado veintinueve suspensos sobre treinta y dos alumnos. Les mandé escribir sobre un párrafo del Quijote y casi todos han llegado de vacío. Hay que joderse, esta generación ya no conoce ni a Cervantes Saavedra.

”Le digo a un alumno: ‘A ver, saca el libro y busca la página 72’. El alumno me dice: ‘¿Qué libro?’, y saca de inmediato el teléfono móvil. Me dolió porque me di cuenta de que ya el móvil forma parte de sus extremidades. Apenas dos alumnos traían su libro del Quijote. Comento con ellos un capítulo y es bien cierto que les cuesta más de lo debido reflexionar y analizar. El libro ya es para ellos como un antediluviano ordenador.

“Creedme, yo pensé que estos tiempos de pandemia los iba a hacer más honestos, solidarios y más humanos. Para nada, mis alumnos, como casi todos, viven en una enorme confusión. En sus ojos vi que sus sueños se reducen a una danza perpetua en un pantagruélico festín sin fin. Debo ser el único humano que se sienta pensativo bajo un olivo hospitalario”.

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                                                                                                                                                                                                                                                           Ilustración ALBA FERNÁNDEZ

JUEVES, 1 DE JULIO

Cómo no vamos a seguir el campeonato europeo de fútbol. Cómo nos vamos a perder un Inglaterra-Alemania o todos los partidos de España. Mi generación creció viendo los partidos de la Liga en blanco y negro en aquellos sábados tristones de los años sesenta. Los pensadores decían que nos inflaban de fútbol para que no nos preocupásemos del general ferrolano. Con qué emoción veíamos en el NO-DO los resúmenes del Real Madrid en la Copa de Europa. Ay, todavía vimos jugar a Puskas, Gento y Cruyff. Adolescentes, en nuestros álbumes íbamos pegando una a una las fotos de nuestros jugadores favoritos animados por aquel profesor falangista que nos hablaba de nuestra selección y de la furia española. Nuestras mentes se iban habitando de aquella asignatura, Formación del Espíritu Nacional. Ah, recuerdo ahora aquel profesor de bigote estrecho, de mirada de acero, que nos abrumaba con frecuencia con el asedio del Alcázar de Toledo. Qué grabada tengo en mi mente aquella fecha: 21 de julio del 36. Decía el profesor: “Esos eran hombres españoles. Aguantaron el encarnizado asedio hasta el 30 de septiembre de 1936”. Nuestro profesor estaba como obsesionado por aquel asedio histórico. De aquellas, yo estaba interno en el colegio del régimen, Calvo Sotelo. Pues va el fulano y nos programa una excursión a la ciudad manchega para que viésemos las ruinosas paredes de la fortaleza. Conque allá nos fuimos en un viejo autocar. Después de una meticulosa visita, nuestro guía se detuvo y nos dijo: “Es como entrar en un templo sagrado”, y todos en silencio y conmovidos entramos en la vieja reliquia que había sido el despacho del general Moscardó. Estaba tal cual. Nuestro profesor en lágrimas nos narró la trágica conversación entre el general y su hijo Luis. Seguro, hermano lector, lectora, recuerdas el episodio. Un oficial miliciano le dijo telefónicamente al coronel sublevado: “Si no entregas el Alcázar, fusilamos a tu hijo Luis en diez minutos”. Después, como masticando las palabras, el profesor añadió muy solemne: “Esto fue lo que respondió el coronel Moscardó a su hijo: ‘… encomienda tu alma a Dios, da un viva a España y serás un héroe”. Seguro que aquel grupo de alumnos adolescentes llevan, como yo, muy grabada la “heroica” frase.

Cierto, los milicianos no fusilaron a Luis, que murió más adelante en un bombardeo. Te juro hermano lector, lectora, que durante largo tiempo tuve pesadillas con lo sucedido en aquel viaje, como si en un eco escuchase las palabras de aquel coronel franquista. Tuvo que pasar un tiempo hasta que descubrí quiénes eran los buenos y los malos en aquella cruel Guerra Civil española. Pero aquel día sucedió algo mágico para mí. El profesor nos llevó al viejo estadio Calderón a ver un Atlético Madrid–Valencia. Ay, con dos goles del inolvidable Gárate. Y mira tú, desde aquel día sigo con pasión al Atlético de Madrid, mi equipo.

Pero estábamos hablando de que mi generación creció con el fútbol. Quizás se me haya ido la olla, pero lo que he contado todavía me persigue en algún insomnio.

Pero te cuento cómo conocí al mejor jugador del mundo, Pelé. Allá en los sesenta se instaló en la Plaza Mayor de Verín un barbero que venía de Brasil, de la ciudad de Santos. Montó una humilde peluquería y comenzó a decirles a los clientes que él había sido el barbero de Pelé, ya que afeitaba a los jugadores de su equipo. La gente no le creía e incluso se reían de su historia. Pero un día, el barbero sacó un montón de fotos personales y de páginas de periódico en las que se veía a los dos muy amistosamente. También nos enseñó cartas donde Pelé decía que nadie lo había afeitado como él y que cuando viniera a España le visitaría. Sucedió que vinieron a jugar el Trofeo Teresa Herrera en A Coruña. Pelé acababa de retirarse y venía con el staff del equipo. Pues una mañana lluviosa de los sesenta, aparcó un taxi frente a su peluquería y de allí salió festivo y cálido el ídolo brasileño. Cómo es la vida, le acompañaba otro jugador legendario, compañero de equipo de Pelé. Si el aficionado sabe de fútbol, sabrá que Pepé fue el mejor extremo izquierdo de Brasil y formaba con Pelé el ala izquierda del Santos, por cierto, campeón del mundo. Lo asombroso de la historia fue que los abuelos de Pepé eran de un pueblo de la Raia de Verín que, por supuesto, ambos visitaron. Apenas estuvieron un par de horas en Verín y es bien cierto que el jugador le ofrecía volver a Brasil a su antiguo puesto.

VIERNES, 2 DE JULIO

Estas columnas las entrego los viernes. Créeme lector, hoy es viernes y estoy de los nervios. En menudo embolado me han metido mis paisanos de la biblioteca verinense. La invitación dice “Homenaxe a Jaime Noguerol. 40+1 Aniversario de ‘Extraños en el escaparate’. Sábado, 3 de xullo”. Estarán mis amigos y dará voz al acto el poeta y videoartista Antonino Nieto Rodríguez. Ay, salió a las librerías allá en el 80 y la verdad es que anuncia casi literalmente los cibernéticos tiempos que vivimos. Ayer alguien me dijo: “Mis mejores amigos son los que sólo conozco por internet”. Hay que joderse, ya están en el mercado muñecas con sentimientos. Te leo, hermano, hermana lectora, un párrafo del libro: “Microinductor de energía afectiva y amor,/ pulse usted botón y recibirá en ondas directas al cerebro purísimo amor y fiel amistad, sin relacionarse para nada con sus colegas humanos,/ avance tecnológico que dinamitará sus esquemas habituales de vida,/ su máquina no le hará derramar lágrimas”.

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