Opinión

Navidad 1959

VIERNES, 5 DE ENERO

Este 24 de diciembre tardé en dormir. Después, en el duermevela me visitaron las imágenes de aquella Nochebuena de 1959.

Te cuento. Tendría yo siete años y el día 24 de 1959, como en todas las navidades, emprendí con mi madre y mi hermana el viaje a Arzádegos. Mi padre llegaría después. Allí tenía comercio mi abuelo y ciertos días era como un nido de contrabandistas. El viaje tenía dos etapas, había que llegar a Vilardevós en el autobús de línea. Allí nos esperaba un paisano con las caballerías. Se nos unió un seminarista que iba también a nuestra aldea. Todavía no había carretera, sino un camino pedregroso y a veces embarrado. Así que mi hermana y yo subimos a los caballos para recorrer los ocho kilómetros hasta el pueblo. Lloviznaba pero íbamos alegres y a veces cantábamos. Cielo santo, mira tú, era la edad media.

De pronto, algo saltó de entre las ‘xestas’, cruzó el camino despacio y después huyó como una centella. El incidente nos llenó de alborozo. Los caballos, inquietos, apuraron el paso. Mi hermana preguntó: “¿Habrá lobos por aquí?”. En aquellos años, los campesinos temían al lobo porque cuando andaban hambrientos arramplaban con alguna oveja. La leyenda del lobo como enemigo, estaba muy incrustada en el imaginario colectivo. El seminarista caminaba al lado de nosotros. Va y nos dice: “¿Conocéis la historia de Pedro y el lobo?”. Le dijimos que no. “Pedro era pastor y cuidaba de un gran rebaño de ovejas en el monte. Una tarde, para divertirse, gritó: ‘¡Que viene el lobo, que viene el lobo!’. De inmediato los vecinos acudieron a ayudarlo. Días después, repitió la broma pesada: ‘¡Que viene el lobo!’. Los vecinos acudieron y regresaron enojados y muy irritados. Ay, días después Pedro, con grandes gritos, llamó a los vecinos. Pero esta vez era cierto, el lobo arrampló con dos o tres ovejas. Pedro no cesó de gritar. Pero los vecinos imaginaron que repetía otra vez la broma. Nadie acudió”. El seminarista aprovechó para darnos una lección sobre la mentira.

Pero prosigamos con aquel viaje. Por fin, llegamos al pueblo. Para nosotros que vivíamos en Verín, nos sorprendió el que no hubiese luz eléctrica en toda la aldea. Eran tiempos duros, calles enlodadas, en casa de mis abuelos se utilizaban aparatos de carburo, focos y otros artilugios.

Nos sorprendió que hubiese tanto movimiento en el comercio de mi abuelo a tres kilómetros de la ‘raia’ y muchos clientes lusitanos. En el comercio se vendía de todo, vamos, casi como en uno de esos chinos de hoy. Aún permanecen aquellos olores en mí. Pero yo era un niño travieso y observador. Entré en el comercio y allí había seis hombres inquietos. Escuché a mi abuelo: “Vamos llevando la mercancía a las caballerías que están en la cuadra”. Todo fue muy rápido. “Hoy los guardias estarán en sus casas celebrando la Nochebuena y será un salto fácil”. Cuando los niños del pueblo empiecen a cantar villancicos por las casas, vais saliendo en fila. Al otro lado de la ‘raia’ esperan el relevo nuestros amigos portugueses. Pronto, grupos de adolescentes comenzaron a recorrer el pueblo con sus cánticos. Al terminar de cantar los villancicos en una casa, soltaban los vivas: “E que viva! E que viva a señora Soledad! Que ben lle queda a mantilla cando sae da capilla!”. Había vivas para todos. Mi abuelo le dijo a los mozos: “Espabilad. ¿A que no sabéis lo que llevan encima los guardias? Sólo la capa de los guardias pesa cinco kilos. Su mosquetón cuatro kilos. Su pistola casi dos kilos”.

Mi abuela, gran cocinera, tenía listo el cabrito al espeto, unas perdices que había comprado a un cazador, roscón y brazo de gitano hecho con sus manos, flan y un vino hecho con uvas propias. Recuerdo ahora aquel vino fatal que cultivaban en un pueblo muy próximo, Vilarello da Cota. Sucedió que había muchos casos de individuos que perdían la razón. Se investigó y después se supo que era a causa de las cepas del vino que cultivaban en aquel pueblo.

(Aquella Nochebuena de 1959, allá en la madrugada, escuché cómo mi abuelo se asomaba feliz a la ventana. Unos mozos cantaban alegres un villancico. Era la señal).

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