Opinión

Pedir recomendación

JUEVES, 23 DE NOVIEMBRE

Te cuento, son las once de la noche y ahí viene M., espídico como siempre, pálido y tiritando. M. es un chico que se busca la vida y pide en la calle, me grita desde lejos: “Jaime, Jaime”. Me detengo y me dice casi aguantando la respiración: “¿Sabes? Por un tiempo no me verás el pelo, mañana por fin entro en Pereiro”. Le digo sorprendido: “Pero ¿cómo es eso? ¿estás deseando entrar en la cárcel?”. Me suelta: “Es un delito de hace cuatro años del que me había olvidado, me llegaron unos papeles para hacer una alegación y poder evitarlo. Tuve que discutir con la abogada de oficio que a toda costa quería que firmase porque seguro quedaría en libertad”.

“Pero mírame, estoy hecho polvo, duermo en los pasillos de unas galerías; esto se ha puesto muy mal, apenas recaudo dinero. Si antes me daban un euro, ahora me sueltan diez o veinte céntimos. El martes pasado un par de cabrones me tiraron encima, mientras dormía, una valla de hierro. Mi olfato callejero me ayudó a esquivarlo. Los camellos no te dan la mercancía si te faltan diez céntimos”.

Lo escucho con paciencia, tal vez sea cierto, estos chicos de la calle tienen mucha labia. Pero como dice un amigo mío: “Dáselo y ojalá no sea cierto”.

Me dice: “Venga, invítame a mi último café con leche aquí en el bar de toda la vida, El Sol, y te cuento más. Tengo un colega que hace pequeños hurtos y de vez en cuando lo lleva la policía. ‘De esta vez, sí’, dijo el otro día y rompió un puñado de coches y otras pequeñas fechorías. Pasó la noche en el calabozo. No sabes lo jodido que está porque el jueves lo dejan en libertad. Como esto siga así va a haber que pedir recomendación para entrar en Pereiro”.

(Cielo santo, habrá que escribir en las paredes la cita de Cervantes: “Por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”).

VIERNES, 24 DE NOVIEMBRE

Me llama Raúl. Le pusieron ese nombre en honor a Raúl Alfonsín, que su final tampoco fue glorioso. Raúl es de Buenos Aires, es músico, barman y tiene el arte de arreglar las guitarras. Me dice: “Quedamos en el Frade, allí hacen mejores tortillas que en Buenos Aires”. Su tono de voz me alarma: “Tienes que escribir sobre el tema”.

Estamos en la barra del bar y cuando entra me parece como si estuviera asustado. “Ya te conté que familiares míos están en la lista de los desaparecidos durante la dictadura de Videla”. Saca del bolsillo un artículo firmado por la escritora argentina Leila Guerriero. Lo leo y me acojona, resume bien lo que vendrá para aquel país que tanto amó Blanco Amor.

Raúl me mira dolorido: “Ese fulano, Milei, nuevo presidente, ya proclama que se acaba esa patraña de la solidaridad. Los pobres que se jodan. Los débiles que se mueran en los callejones. Ya sé que te cuesta creerlo, a mí también, pero presiento que es cierta la crítica de Guerriero, la gente que vota a Milei piensa que los desposeídos son vagos, que no quieren trabajar y que eso de la justicia social es una aberración. Ese fulano de largas patillas y verbo apocalíptico es para mí como una pesadilla. Y ya sabes, la vicepresidenta, Victoria Villarruel, no se corta un pelo y dice que el genocidio que llevó a cabo Videla, todo eso es falso”.

(Su tortilla está intacta. Mi amigo, Raúl, no para de hablar. Me pone una mano en el hombro: “Mira, Jaime, cuando fue lo de Videla miles de intelectuales y perseguidos vinieron a España; ahora me temo que sucederá algo parecido. ¿Qué pensaría mi abuela, que fue una de las valientes mujeres de Plaza de Mayo…?”).

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