Opinión

Pretérito imperfecto

VIERNES, 1 DE DICIEMBRE

“Pretérito imperfecto”. Se acaba de estrenar este emotivo documental que ronda los setenta minutos. El director de cine es Plácido Romero, ya bregado en otros films como el luminoso “Cesteando”.

Allá va Plácido y esta vez se empuja con fuerza por el respiro de su generación tan herida. Sobre todo, se detiene en su calle Aduana de Verín, donde habitaban extraños personajes camino de la derrota. El director creció allí y tardó en darse cuenta que aquellos vecinos de la parte oscura de la calle eran represaliados en aquella larga posguerra después de la guerra civil.

¡Ay, la calle Aduana! Allí se instaló su padre, que llegó de aquella Zamora pedregosa y árida. Cuenta que llegado a Verín, asombrado por el valle, decidió que esta sería su nueva patria. Se dedicó al vino, montó su negocio, El Bodegón, y prosperó. Personajes que podrían ser los de cualquier calle turbia de este país pero con un plus de rebeldía añadido. Es un lugar fronterizo y abundaba el contrabando. A veces, Plácido escuchaba pasos perdidos en la noche, salía al balcón, pero no era la Santa Compaña, sino sombras apresuradas por la calle que venían cargadas de café. Lo dejaban en un fétido cobertizo, sabían que a los guardias no les gustaba ensuciar sus botas relucientes.

Pero hablemos del colegio Hermanos de La Salle, protagonista del documental de Plácido. No es leyenda, aquel hombre generoso de inmensa riqueza que llegó de Cuba a Verín, García Borbón, decidió hacer una villa cosmopolita llena de balnearios y árboles. Fue triste su final porque los caciques de la villa, envidiosos, cortaron multitud de árboles en la noche. Dolorido, al día siguiente partió para Vigo.

Pero volvamos al documental y al colegio. Romero comienza mostrando la foto clásica de todos los colegios. Los alumnos de su curso y el hermano de La Salle liderándolos. La cámara se fija en algunos personajes que cuentan su experiencia en el colegio. Algunos lo alaban, otros no tanto. Cierto, allí aprendieron generaciones a leer y escribir. Como todos, no había alternativas, yo pasé un tiempo allí. Sólo uno de aquellos maestros de alas negras, me comprendió.

Ay, observo los rostros inocentes de la foto en que arranca la película. Cómo aquellos maestros adulaban y doblaban la cerviz con los hijos de los poderosos, siempre llenos de sobresalientes. No sucedía eso con los humildes colegiales que llegaban de las aldeas, algunos muchos kilómetros pedaleando. A mediodía, abrían un pañuelo en donde traían sus bocadillos, los más de tocino. Sobre todo, los días lluviosos se protegían y comían justo al lado de unas letrinas tan malolientes que, créeme, todavía su olor me persigue. Más que cultura, nos adoctrinaban.

Los “hermanos”, todos venían de Castilla. Apenas lograban empatizar con la psicología gallega y siempre, displicentes con el idioma. Pero los de la calle de La Aduana nunca fueron mansos y domesticados. Aunque pocos pudieron arrancar la suerte de las manos del destino. Al final, hay una escena escalofriante en que Plácido entra solo en el cementerio y viene a decir que allí están los más bravos y los más atrevidos.

Cierto es que el colegio La Salle nos enseñó a escribir con bastardilla y con elegancia y, sobre todo, sin faltas de ortografía. Tenían una sala de juegos divertida y, por supuesto, una capilla para verter tus lágrimas de niño.

Pienso en el certero título de “Pretérito imperfecto” y, sí, hay algo que tengo que agradecerles a aquellos hermanos de La Salle. Casi les perdono todo. Ellos me enseñaron a leer y amar a don Quijote de la Mancha. Guardo como una reliquia aquel libro cuidadosamente encuadernado y, además, con las geniales ilustraciones de Doré. Cuánto me impresionó la obra. A veces, buscaba con ansiedad alguna página en que no fuera derrotado. Tengo ahora aquel libro lleno de subrayados entre mis manos. Sobre esas páginas derramé alguna lágrima.

(Un documental hecho con pasión y a tumba abierta. El maestro dice: “El éxito de verdad no sucede cuando al final hay largos aplausos. Sucede cuando el espectador queda silencioso y pensativo”. Como en un sortilegio, en el estreno todos quedamos conmovidos).

Te puede interesar