Opinión

Reina del underground

Jueves, 9 de noviembre

(Ayer se me acerca una señora en la calle de la Paz, me dice: “Leo con alguna frecuencia sus artículos, pero hace tiempo que no escribe sobre el ‘lado oscuro’, que por lo que he leído conoce usted tan bien”. Pues va por usted, señora).

La llamaban ‘La reina del underground’ en la década de los ochenta. Ourense entonces era una hoguera. Hace poco me la encontré después de muchos años. Le dije que iba a escribir sobre ella y respondió: “A estas alturas, puedes escribir mi nombre”. Pero yo prefiero no desvelarlo. Su padre fue uno de los primeros que lucharon por que los doctores y políticos atendiesen a aquella inocente generación ourensana, la primera que cayó en las garras de la heroína.

Me cuenta ella: “Aún me cuesta comprender cómo llegaron a fallecer quizá los mejores y más atrevidos de mi generación. Bueno, eran otros tiempos, la consigna era ‘sexo, drogas y rock & roll’. Empezaban a abrir los primeros garitos de la ciudad. Y, ya sabes, Ourense siempre fue muy viciosa. Me pregunto cómo pudo ocurrir que de la noche a la mañana la maldita droga parecía cubrir la ciudad. Yo tenía veinte años, no es por presumir, pero era muy atractiva. Ay, todos los días eran fiesta. Los primeros camellos se sentaron en la plaza de San Marcial. ¿Sabes?, yo fui de las primeras en caer y hoy casi cuento con los dedos mis amigos vivos. Eso es duro, tenía que buscarme la vida aquí y allá, arrimarme a los camellos, trapichear, algunas noches hacérmelo al lado de Correos en la madrugada. Fue poco tiempo, tuve muchos problemas, imagínate, le levantábamos la cartera al fulano en el coche y alguno, si se daba cuenta, nos perseguía”.

Prosigue mi amiga: “Mira tú cómo serían aquellos tiempos, casi todas las farmacias fueron atracadas. Se corrió la voz de que tenían botes de morfina de la posguerra. Tenías que ver por ejemplo el parque de San Lázaro lleno de camellos y consumidores. Después de la plaza de San Marcial, los camellos y la Movida pasaron a los alrededores de la calle Villar. Sucedió que los ‘chulos’ de entonces también cayeron en la trampa. Después, ellas. Se acabó el negocio, las chicas cambiaron al chulo por la aguja. Miro ahora atrás y recuerdo aquellos camellos, pocos fiaban, hago cuentas y no queda ni uno”.

“¿Sabes? Hubo un momento en que un tipo se obsesionó conmigo y tuve que partir una temporada a Suiza. Me enganché a tope. Allí era droga pura, recuerdo cuando regresé a Ourense, ya traía el síndrome de abstinencia. Busqué por la ciudad, pero aquí la mercancía no era igual, estaba demasiado cortada y me volvía loca. Si allí me bastaba una papelina, aquí necesitaba cinco o seis. ¡Qué mal lo pasé!”.

Estamos en un local del centro, ella parece estar limpia. Me cuenta que la primera vez que estuvo entre rejas en la prisión de Ourense, la cárcel estaba llena de pringaos a los que habían pillado con alguna papelina. De los grandes mafiosos, ni rastro. “Recuerdo que mi padre, implicado en una asociación, fue a hablar con algunos jueces. Es bien cierto que a partir de ahí, cuando los maderos le llevaban a algún pringao que se buscaba la vida vendiendo alguna papelina, más de un juez les abroncaba: ‘Tráiganme ustedes a los mafiosos y no a estos chicos descarriados”.

Le pregunto por los policías de aquella década. Ella guarda silencio, pone un gesto como de rabia: “Había algunos legales, pero otros se compinchaban con los camellos. Si paraban a un pobre yonqui con una pequeña papelina, se la quitaban y a comisaría. Viví mucho en la calle y conocía el percal, una mafia. La calle se endureció y, mira tú, a estas alturas hay más de una docena de crímenes sin resolver, todos relacionados con la droga. Yo siempre fui espabilada y te podría contar cómo sucedieron y por qué se taparon. Recuerdo aquella pareja, amigos míos, aparecieron torturados y asesinados en el cementerio de Santa Mariña. Otra pareja asesinada en su piso de la calle Ervedelo. Pero no me hagas hablar de estas cosas. Ay, aquella prostituta amiga mía que apareció calcinada al lado de la cárcel vieja, jamás se supo nada”.

(Me dice riendo: “Necesitaba siempre dinero. Yo era una hábil carterista, en treinta segundos volaba las carteras”. Yo le pregunto: “Anda, cuéntame una movida fuerte”. Ella no se corta: “Mi novio y yo fuimos a casa de un camello a pillar. Allí estaba él con su compañera. Era en una ciudad del norte. Enseguida discutimos con él. Mi novio sacó su revólver: ‘Dame todo lo que tengas’. El tipo obedeció, qué iba a hacer. Cuando nos íbamos, mi colega le espetó: ‘Dime a qué pierna quieres que te dispare, comprenderás que no quiero que me sigas’. Cómo lloriqueó el fulano”. Aún le digo: “¿No le dispararía?”. La reina del underground sonríe enigmática…)

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