Opinión

Hay risa en el reino de los cielos

Alba Fernández
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MARTES, 3 DE OCTUBRE

Estuvo Moncho Borrajo, que pudo presumir de ser profeta en su tierra y llenó el Auditorio.

¡Ay! lo recuerdo en aquellos años de gloria en la mejor discoteca de Madrid, Cleofás. Eran los ochenta. Moncho llegó para unos días y se quedó dos o tres intensos años. Siempre con llenos imperiales. Fue un fenómeno de la década. Tanto que había reventas a la puerta.

Cómo es la vida, mira tú, en Ourense estaba como disc-jockey el entrañable Daniel Bouzo, que pinchaba en la vieja discoteca 3A. Una noche, entró el director general de la cadena Cleofás. Le gustó su estilo. Después, hablaron en la barra hasta que cerró. La anécdota es cierta, el madrileño le dijo: “Te vienes conmigo a Madrid. Hay buenos disc-jockeys por ahí, pero personas con ética como tú no abundan”.

Allá se fue Daniel a la mejor discoteca de Madrid. Los disc-jockeys que trabajaban allí tenían aquellas pelambreras y pantalones ajustados de los años ochenta cuando se iniciaba la “movida madrileña”. Daniel, religioso, siguió vistiendo con aquel estilo suyo y su traje impoluto como de empleado de banca. Pero era el jefe y allá se iba con frecuencia a Londres para comprar los discos del momento.

Pero volvamos a Moncho Borrajo. Tuvo Madrid a sus pies. Su humor delirante, atrevido, provocativo. Rompió todos los moldes del humor. Imposible encontrar una entrada en sus años allí. Yo aluciné con el ritmo brutal y la imaginación desbordada de aquel niño nacido en Baños de Molgas. Lo define muy bien el propio Moncho: “El humor es arma y medicina”.

Tuve la suerte de verlo en aquellos tiempos de gloria. Te cuento, hermano lector, cómo se las apañaba Bouzo para pasarme. Antes de entrar por la puerta de los artistas, me cargaba de discos y me decía: “Pégate a mí”. Así que me tienes allí, en el lugar privilegiado de su cabina de disc-jockey. Él no bebía alcohol, pero a mí no me faltaba un buen bourbon.

(Con Moncho aprendí que la risa también existe en el reino de los cielos).

 

MIÉRCOLES, 4 DE OCTUBRE

Ha habido buenas películas en este festival de cine. Mi favorita, la que me conmovió casi tres horas largas, ha sido “Profundo carmesí”. Demoledora, hermano lector. Ya fue una película perseguida y maldita, cruelmente censurada. Por suerte en el OUFF pudimos verla lejos de su persecución, completa. Por fin, restaurada, le han añadido las abundantes escenas saqueadas.

¿Quién dice por ahí que el amor se ha acabado? Le invito a que vea este filme, una historia de amor desesperada. Parece que la empuja todo el México herido. Cómo te diría, sopla sobre ella aquel autor visionario y límite, Malcolm Lowry ,que escribió la inolvidable novela llena de poso mexicano, “Bajo el volcán”. Ay, lector, te invito a que la leas.

Todo sucede en México al borde de los cincuenta. Dos personajes recorren aquel país espectral por desoladas carreteras y hoteles, huyendo tal vez de sí mismos. Todo puede suceder, desde asesinatos a una extravagante boda ante una tumba. No olvidemos que México fue el país que más acogió a los republicanos españoles después de la guerra. Fueron muchos intelectuales españoles los que ejercieron en sus universidades. Algo de eso hay en la película, como si la sombra de aquel poema de León Felipe que tanto amó México, rondara a la pareja protagonista: “¡Vamos hacia el infierno! Ya no hay otro camino ¿llegaremos a tiempo? ¿antes de que amanezca? Desde luego”.

JUEVES, 5 DE OCTUBRE

Por fortuna se recuperó una película de culto, “Me siento extraña”, 1977. Una película valiente, quizás la primera que toca el tema lésbico. La presentó su director, Enrique Martí Maqueda, hoy un ourensano más. El tiempo no pasa sobre ella.

 

VIERNES, 6 DE OCTUBRE

Una joya, “Segundo López, aventurero urbano”, 1953. La dirigió Ana Mariscal. Qué mujer, los críticos la definen como una de las mejores directoras del cine europeo del siglo XX. Al fin, ella nació en Madrid y, cielo santo, con qué duende nos descubre aquel Madrid devastado de la posguerra. Escritores tísicos escribiendo en los cafés. El poeta Víctor Campio, que vivió esos años en “el foro”, me contó que conoció un café allá en la plaza de Santo Domingo en donde el piadoso dueño cambiaba a los famélicos poetas su poema por un café. Después, lo colgaba en la pared.

Ana Mariscal logra una imagen de la Puerta del Sol en un amanecer lluvioso sin un alma, como decíamos antes. Ahí está todo aquel Madrid. Malos tiempos los cincuenta, no había alternativa. Mujer decidida, decidió llevar el cine hasta pueblos olvidados. Compró una furgoneta y se lanzó a los caminos. Por aquí anduvo. A veces proyectó en cuadras donde cerca mugían los animales.

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