Opinión

Verdugos

Recuerdo que íbamos a hacer una canción sobre el tema pero el cantante de Burning  falleció tristemente

VIERNES, 12 DE ENERO

ALBA FERNÁNDEZ
ALBA FERNÁNDEZ

El jueves en el Foro estuvo Lorenzo Silva que tituló su intervención: ‘¿Tienen los verdugos corazón?’. Mientras lo escuchaba, vino a mi mente aquel poema de mi libro ‘Irrevocablemente inadaptados’ dedicado a Gary Gilmore que fue ejecutado en el condado de Utah. Recuerdo que íbamos a hacer una canción sobre el tema pero el cantante de Burning falleció tristemente. En aquella época, creamos el grupo Cucharada. Cómo éramos entonces, buscábamos el espectáculo total y después de cantar Manolo Tena, allá iba yo con un chaquetón militar y una estola y declamaba con furia este poema. A mi lado, un mimo escenificaba mis palabras. En un extremo del escenario, se sentaba un colaborador con las manos atadas, un bozal en la boca y una especie de camisa de fuerza. Ah, siempre había alguien del público que subía al escenario y liberaba a nuestro colaborador.

Pero yo quiero hablar de Gilmore. Te cuento. Era hijo de prostituta y delincuente. Su adolescencia siempre por el lado oscuro. Una vida a tumba abierta. Filamentos de electroshock en su cerebro, huellas de heroína en sus muñecas. Tenía treinta años, algunos de ellos encerrado en la prisión del condado de Utah. En el juicio, el juez lo condenó a treinta años. Sucedió que Gary se levantó del banquillo muy airado y gritó: “Señor juez, condéneme a muerte”. Así fue, los jueces aceptaron su dramática petición.

En aquellos años, la justicia pedía ciudadanos voluntarios para formar el pelotón de ejecución. Les pagaban unos setecientos dólares y había largas colas a la puerta del centro penitenciario. América, hermano lector. Por fin, eligieron a los cinco ciudadanos para la ejecución. Amanecía en el condado de Utah. Autoridades y jueces se disponían a contemplar la escena detrás de la mesa de caoba.  Según las normas, uno de los cinco fusiles tenía cartuchos falsos para que los voluntarios no tuviesen cargo de conciencia.

No quiso vendaje en los ojos. Cuando el capellán se le acercó con la biblia en la mano, “confiésate, hijo”, Gilmore escupió: “El infierno ya me es cosa familiar, capellán”. Qué barbaridad, miles de presos esperan en las cárceles de alta seguridad el día fatal de su ejecución.

(A la salida del Foro, hicimos una breve tertulia. Bromeó el profesor: “¿A que no sabéis qué es el garrote vil?”. Enseguida responde el pintor: “El garrote vil, esa ejecución tan española. Pues mira, lo puede hacer cualquier herrero, un collar de hierro atravesado por un tornillo que acaba en una bola. Al girarlo, produce la ruptura del cuello. Y que sepas que el último ejecutado fue Puig Antich”. Salta de nuevo el profesor: “Yo recuerdo aquel día de marzo del 74. No es por presumir, pero ese día Madrid estaba tomado y yo, como muchos de mi generación, saltamos a las calles. Hubo palos, grises y carreras. Qué barbaridad. Hasta el papa pidió con insistencia que se paralizase la ejecución, presidentes de muchos países, intelectuales, pero el general ferrolano no cedió”.

Interviene de nuevo el pintor: “Con el garrote vil a veces había problemas. A veces se producen casos como el mítico El Jarabo, que cuentan estuvo casi treinta minutos lleno de convulsiones y retorcimientos porque su cuello era muy alto. Esto sucedió en 1958 y en España no se hablaba de otra cosa. Era un fulano chulesco, despilfarrador que quemaba las noches de Madrid. Cuando se quedó sin dinero, asesinó a dos mujeres y dos hombres. Lo descubrió un inspector de policía, que investigó en muchas tintorerías de Madrid en busca de su traje con tintes de sangre. Sancho Gracia lo interpretó de una manera soberbia en 1985 en una serie de televisión dirigida por Juan Antonio Bardem, tan brillante que todavía permanece en el imaginario colectivo”.

La tertulia termina. El profesor propone: “Os invito a que veamos juntos de nuevo esa película de Berlanga, quizás la mejor del cine español, ‘El verdugo”).

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