Opinión

Viejo esclavista con cicatrices

Jueves, 21 de diciembre
 

Mira tú, a veces sucede. Casi me avergüenzo de no haber escrito nunca sobre uno de los grandes artistas de esta ciudad. Cierto que vive y trabaja en Madrid. Es un grande. Hace nada expuso en el Real Jardín Botánico de Madrid, incluso es doctor de Bellas Artes Cum Laudem. Sus obras están en toda Europa.

Hablo de José Antonio Ocaña. ¡Cómo es la vida! Pasamos años juntos en el inolvidable colegio Cisneros. Ambos estábamos internos. Allá coincidimos en aquella jodida reválida de cuarto. Ay, cuando él y yo hablamos de aquellos años todos son buenos recuerdos. Estoy seguro de que a él como a muchos de nosotros nos influyeron aquellos maestros de estilo machadiano como López Cid o Xaquín Lorenzo, Xocas. Nos enseñaron a ser sensibles, espirituales y tener la imaginación por bandera.

Pues hoy, hermano, inevitablemente escribo sobre ti, sobre tus pinturas, tus esculturas, tu obra. Y que no se me vaya la cabeza recordando lo trastes que éramos en aquel bendito colegio. Su compañera y comisaria de esta exposición en el Centro Municipal J.A. Valente, Elina Vasíleva Nikólova, se ha decidido por su escultura. Sus máscaras fantasmales, esotéricas, trabajadas con mano precisa de cirujano. Ha elegido las dos iniciales de sus apellidos, OM, que suenan como el verso oriental de los templos budistas. Hay rasgos de oriente en su obra que busca lo universal.

Cuando estudiábamos juntos, ya vi en él su decisión de llevar un estilo de vida creativo. Han pasado cincuenta años, tantos días en soledad. Siempre ha rehuido de la pompa y los círculos artísticos. Un artista global. Fascina la limpieza de su obra. Al fin, Eurípides afirmó: “Morir, vivir y las cosas más grandes se expresan con brevedad”.

(Contemplo sus esculturas y, cómo te diría, escucho el sonar de una llave furtiva que abre la puerta a la belleza. Indiferente a los círculos, recuerda al verso de Machado: “Nunca perseguí la gloria / ni dejar en la memoria de los hombres mi canción”. Su obra recorre todas las disciplinas, hoy toca escultura. Tal vez al verla te ocurra lo que a mí y te invada una intensa melancolía).

Viernes, 22 de diciembre

Calladamente pasó por el Teatro Principal una de las bandas de góspel más premiadas como grupo coral. Su fundador y líder es James C. Chambers, toda una celebridad en el sur de los Estados Unidos. Allí estaban veinte voces elegidas entre lo mejor de Chicago. Allá en las praderas de algodón nació el góspel. El certero estribillo lo resume: “Lo importante es ser feliz / lucha en cada momento por ello”.

El concierto, ‘Chicago Mass Choir, a spiritual celebration to B. B. King spiritual’. ¡Ah, B.B. King! Aquella noche que incendió la ciudad al lado de Raimundo Amador y Javier Vargas. Cantaban uno y otro de los miembros del coro. No faltaron un bajo, un percusionista y un teclista que parecían empujar las voces hacia arriba, más arriba. A veces rondaban el soul, otras se acercaban al blues e incluso rondaron el rhythm and blues.

Por el escenario asomaba el alma de Aretha Franklin, “Si te sientes en una habitación sin techo…” ¡Qué barbaridad! Todos presentimos a la propia Billie Holiday. Tal vez comenzaron un poco templados, pero poco a poco allí estábamos todo el mundo en pie moviendo los brazos hacia el cielo. El reverendo director del grupo nos recordó que escuchar góspel es aprender “una palabra nueva”.

El manager asturiano que venía con ellos me contó que el director era una leyenda allá en tierras de Chicago. Me abrumó enseñándome los premios. A pesar de que lo acosaban achaques físicos, en el escenario se transformaba. Cierto que viéndolo caminar micrófono en la mano, su forma de mirar al patio y a los palcos abarrotados parecía bendecirnos. Recordemos que el góspel es un canto religioso que cantaban los esclavos mientras trabajaban duramente en los campos de algodón. Los esclavos ya cantaban sobre el derecho de las mujeres a elegir su propio destino. “Amémonos” es su mensaje. Es como un oficio religioso que reúne la música y la oración a través de los cánticos, e invitan a las personas hacia el lado espiritual y los valores del cristianismo. La verdad, ayer una lágrima resbaló por las viejas paredes del Teatro Principal.

(A la salida recordé esa canción ahora autocensurada, ‘Brown Sugar’, que relata el lado cruel del esclavismo. “Buque de esclavos en la Costa Dorada con destino a campos de algodón / vendidos en el mercado de Nueva Orleáns / Un viejo esclavista con cicatrices / tambores sonando, la fría sangre inglesa / escucha cómo azota a las mujeres a media noche”).

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