Opinión

Black and black

La profunda crisis económica y financiera que en este tiempo asola el globo, especialmente en la denominada civilización occidental, reclama análisis y comentarios, estudios y consideraciones que vayan al fondo del asunto. Ciertamente, el mercado ha mostrado algunos defectos, así como la misma intervención del Estado. Que el capitalismo en este tiempo se haya dejado conducir por el imperio del máximo beneficio a corto plazo con olvido de otros aspectos de la actividad empresarial es una realidad. Igualmente, que la intervención del Estado, en forma de vigilancia, supervisión, control o regulación ha fracasado, es evidente.

Hoy me interesa centrarme en el lado del mercado, en la libertad económica, en la ley de la oferta y la demanda. Estos días hemos conocido la existencia de unas tarjetas de crédito opacas, oscuras a la hacienda, complementarias a las retribuciones establecidas, que una serie de privilegiados consejeros y directivos de una Caja de Ahorros han disfrutado durante algún tiempo como consecuencia de su filiación o amistad política. El hecho de que circulen productos financieros opacos a la hacienda pone de relieve la profunda crisis en que se encuentra ese sistema económico llamado capitalismo que está siendo dinamitado por sus principales beneficiarios.

Tales prácticas, censurables donde las haya, anima a iniciar con serenidad un necesario debate acerca del sentido y las reglas que deben presidir un sistema económico basado en una ley de oferta y de demanda razonable y humana. No puede ser, de ninguna manera, que una institución público-privada como una Caja de Ahorros se maneje con criterios clientelares y caciquiles. No puede ser que el objetivo de una empresa pública o privada, su única ambición, sea maximizar a como dé lugar el beneficio o, en otras palabras, ordeñarla hasta la extenuación y que los pobres cuentacorrentistas sufran las consecuencias. Esta versión salvaje del capitalismo económico o político es lo que hay que desterrar para dar entrada a nuevas perspectivas más humanas y razonables.

La existencia de actividades black, irresistibles, inimpugnables o ininimputables debe pasar a la historia. Es tiempo de denunciar estas prácticas construidas arteramente desde las terminales aliadas con la política y empezar a realizar reformas profundas desde la moderación. No es tiempo ni del inmovilismo, ni de revoluciones. Es tiempo de colocar en el centro del sistema político, económico, social y cultural, la dignidad del ser humano y proceder en consecuencia. Algo tan obvio y elemental requiere, sin embargo, algo que hemos olvidado y dejado al margen: las convicciones firmes que surgen del Estado de Derecho. Si seguimos sin cambios y transformaciones de fondo, estaremos abriendo las puertas de par en par a versiones caducas que en la historia pasada han ocasionado muchos quebrantos a muchas personas en todo el mundo.

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