Opinión

Primavera santa


La primavera árabe tiñó de sangre nuestra primavera santa. El terrorismo islamista atentó contra la Semana Santa desde la Rusia de Putin, donde la democracia no florece en los jardines del zar. En España, el veranillo calórico se tornó en lluvia con la que respirar y agua con la que llenar los pantanos. “La primavera besaba suavemente la arboleda”, escribió Antonio Machado, quien ya en marzo vio “en las hojas temblando las frescas lluvias de abril”.

Los poetas, ay que pena, ya no cantan a la primavera florida como antaño. Los versos primaverales se forman con coronas de muerte y colores de esperanza. El futuro siempre puede ser peor que el pasado y el presente, pero al ser humano le esperanza un mañana mejor. Somos un ramillete de estación en flor, un centro floral desplegado en las adversidades de la vida. Aquí, en España, las procesiones se acompasan de fe y tradición, mientras el pueblo sufre la penitencia de una clase dirigente pecadora. Pero por mucho renacimiento primaveral que nos invada, una parte de los españoles no termina de despertar de la hibernación del sanchismo. La sociedad convive con el engaño y la mentira, con la corrupción y los impuestos, con el paro y la ignominiosa ley de amnistía. Y a miércoles santo parece improbable que tras el domingo de Resurrección España se desperece de la mentira permanente y se rebele contra el sometimiento del régimen.

Primavera santa en los corazones para resurgir del letargo. Poemas de rimas cálidas y húmedas en la deseosa convivencia ciudadana. El sol escondido tras los nubarrones estacionales y políticos. Y una juventud de indiferencia y faldas recatadas que apenas altera la sangre en las conciencias de una realidad secuestrada por el relato malsonante. La primavera santa nos cubre de enredaderas como la hiedra de la canción, y nos liga al destino de una nación sometida a la conveniencia de cierta clase dirigente amurallada en la trinchera del poder. 

El canto épico del cambio se oye aún muy a lo lejos, y presagia aromas de primavera santa con los que respirar una realidad de decencia y de verdad. Todos estamos en la flor de la vida durante la primavera santa, sin que el dulce pájaro de juventud nos cante ya en la madurez del tiempo completado. Florecen los campos del mundo, y el sol que ha de deslumbrarnos se moja con el agua de la vida para regar el futuro que nos espera. Los días son más largos que un post oficial de la Moncloa, y amanece, que no es poco, en la España del sobresalto diario. Vivimos en la rosaleda del mañana, aguardando que los versos del poeta nos devuelvan lo robado tras la primavera santa. Pero siendo realistas, quizás debamos esperar a primaveras venideras, porque en versos de García Lorca... “¡Ay! No puedo decirte, aunque quisiera, el secreto de la primavera”. Primavera santa que estás en la tierra y el alma, líbranos del mal y tráenos el amor que como país nos falta.  

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