Opinión

La gran semana del año

JOSÉ PAZ
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Todo cobra sentido y singular intensidad en la gran Semana del año en la que la Cruz y la Resurrección de Jesús iluminan los caminos de la vida y los corazones de los hombres, que redimidos por el amor de Dios son salvados y rescatados.

El Viernes de Dolores marca el inicio de lo que está por llegar. A las iglesias llegan claveles, palmas, ramos de olivo y cirios aún sin estrenar. Se retiran las sábanas que cubren los Pasos y se preparan para que reciban los piropos de los corazones enamorados.

El Domingo de Ramos las calles se engalanan para vitorear a Cristo, que como en Jerusalén, hace su entrada triunfal a lomos de un borriquillo, animal de pobres, expresión de falta de autoridad terrenal y de confianza en el poder del padre. 

Un torbellino de olores, colores y emociones nos preparan para el Jueves, día del Amor Fraterno. Cristo se nos da para siempre bajo las especies del Pan y del Vino en su Última Cena. Los sacerdotes lavarán los pies de doce personas, reviviendo el gesto de humildad y servicio del que lavó los de sus discípulos. El traslado del Cuerpo de Cristo desde el Sagrario al Monumento, con la gente arrodillada, es el momento más solemnes del día.

Llega la hora de la Última Cena y la noche no duerme para no dejar a Cristo solo. Jesús entrega su cuerpo y su sangre y nos pide que recordemos este memorial de su Pasión. Los ojos del Flagelado lloran amargamente, quizás porque los hombres seguimos azotando su espalda sangrante cada vez que le negamos. A pesar de todo, Él cargará con nuestra cruz. 

Esta quietud nos lleva al Viernes Santo y a los oficios que empiezan a media tarde. Los templos, con sus altares desnudos y sus sagrarios abiertos, reúnen a los que agradecidos y compungidos por nuestros pecados, miramos a la Cruz redentora para adorar al que cuelga de ella. Cuando llega la noche, la procesión del Santo Entierro parte en absoluto silencio. Aparentemente todo ha terminado y sólo queda la despedida, el último beso de su Madre. Si el beso de Judas fue el de la traición, el de María es el del amor. Como los romanos custodiaron su tumba, los cofrades guardan su cuerpo. Cristo yace escoltado por cuatro faroles que dan su luz al que es la luz del mundo. La Estrella de la mañana nos trae la esperanza que brota de Cristo resucitado y las campanas anuncian al mundo que Cristo ha resucitado.

Es preciso que los cristianos vivamos hondamente los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y lo comuniquemos a los demás. Hoy, como ayer, este mensaje sigue vivo. Hoy, como ayer, las imágenes cobran vida. Hoy, como ayer, las Cofradías y Bandas salen a la calle para dar testimonio de fe. Hoy, como ayer, Cristo y María viven con fuerza en el corazón de las personas de buena voluntad. Que callen los labios, porque ahora le toca gritar al corazón.

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