Opinión

El carro y los bueyes

Opino, si me dejan, que uno de los problemas de la sociedad actual, y la Iglesia pertenece a ella, es el saber discrepar. Todos debiéramos apuntarnos a un curso para comprender, asimilar y practicar esta virtud tan necesaria. Me viene a la memoria el Concilio de Jerusalén, o Conferencia Apostólica (c. 50 d.C.) en el que las discusiones entre los apóstoles fueron sumamente fuertes. Es considerado por católicos y ortodoxos como precursor de los concilios ecuménicos, a veces referido como el Decreto Apostólico o Cuadrilateral de Jerusalén. Las descripciones del concilio se encuentran, según algunos, en Hechos de los Apóstoles, 15, y Gal. 2

Se discutía allí si para ser cristianos era necesario partir del judaísmo y estar circuncidados. Las cosas estaban muy enconadas, defendiendo San Pablo la universalidad de la Iglesia, es decir, la catolicidad, según la cual cualquiera podía bautizarse y ser cristiano. A tal extremo llegaron entonces las cosas que tuvo que intervenir San Pedro para decidir como buena la tesis paulina. Así, hoy somos cristianos todos los que lo deseamos.

Después llegaron las discrepancias entre la Paz Constantiniana (313) y el Edicto de Tesalónica (380) y la coronación de Carlomagno en la Navidad del 800. El enfrentamiento entre aconfesionalidad y confesionalidad. Y las consecuencias de esta última, el feudalismo, las investiduras… En 1054 el Cisma de Oriente y más tarde el de Occidente, la Reforma, la Contrarreforma y, en la segunda parte del siglo XX, las discrepancias con Holanda y con los seguidores de Marcel Lefebvre.

Es decir, que nada nuevo suponen las discrepancias actuales. Antes bien son fruto de ese pluralismo necesario que el Vaticano II defiende. Han surgido distintos grupos en la misma Iglesia que ocupan el lugar de la antiguamente llamada “cristiandad”. Así Comunión y Liberación, Camino Neocatecumenal, Comunidades de Base, Opus Dei y muchos otros. Todos componen ese mosaico plural que es la Iglesia fundada por Cristo. Por eso, lejos de escandalizar son situaciones para asumir de buen grado. Pensar distinto engrandece; ser monolíticos empobrece.

Y viene para eso el titulo de estas líneas. Tenemos que ser capaces de comprender que al carro le corresponde alguien que sepa llevarlo adelante y hacerlo nunca de forma gregaria, antes bien, sabiendo aunar, dialogar y comprender a los discrepantes. Ni todos están para mandar o imponer sus genialidades ni mucho menos es buena la postura dictatorial del “ordeno y mando”. Ordenar y mandar, pero tras un diálogo y comprensión necesaria. Así ocurrió en el Concilio de Jerusalén.

Si en las divisiones y cismas de la historia hubiese habido un serio diálogo, las cosas hubiesen corrido de otro modo y el ecumenismo, que recordamos especialmente en estos días, hubiese sido un problema menor si es que existiese. Decía George Orwell que "la libertad es el derecho de decirle a la gente lo que no quiere oír… yo lo llevo haciendo toda la vida… así me he granjeado un montón de enemigos. Vosotros seguro que no sois uno de ellos, porque si no, no os tendría agregados”.

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