Opinión

El ejemplo de Mongolia

La reciente visita del papa Francisco ha marcado un punto único en la historia de su pontificado. Ha sido algo fuera de lo normal en las visitas pontificias. El número reducido y el espíritu que reinaba en aquel pobre encuentro revela que el espíritu del Evangelio aún está vivo y que los deseos de papa van por el camino cierto. Sobre todo en los primeros pasos de este papa, un gran número de fieles le volvían la espalda y cuestionaban algunas de sus afirmaciones, actitudes y viajes. Sin lugar a dudas, a algunos les pareció mal que se centrase en comunidades fuera de Europa sobre todo. Así estaban las cosas con la Plaza de San Pedro vacía y el aula San Paulo VI desierta.

Pero haciendo buena la frase, el tiempo ha hecho pasar el amor y el amor ha hecho transcurrir el tiempo. Cada vez se ven más claros los deseos de este papa, abierto a diestro y siniestro y ofreciendo sus brazos abiertos a las distintas confesiones, abrazando a unas e invitando a otras y, como hemos visto, colocándose uno más en la fila de los responsables de otros credos.

Todo ello, poco a poco, le ha hecho ser más aceptado por su lenguaje directo, sus actitudes simples y su presentación sencilla y acogedora. En este sentido, ha impresionado grandemente el viaje a Mongolia. Sin duda un pueblo marginal para los cristianos. Allí le hemos visto en medio de menos de dos mil personas acogido por un cardenal salesiano y el obispo titular, que es jesuita. Un puñado reducido de misioneros en medio de un ambiente nada propicio.

El prelado de la diócesis afirmó ante el obispo de Roma: “Las palabras del papa desarman y también conmueven”. Y añadía ante aquella reducida comunidad: “Muchos me han escrito porque les han impresionado las palabras del santo padre, que ha ensalzado la belleza y el valor de la historia y del pueblo mongol”.

Un viaje que, a juzgar por los medios internacionales, “ha dado grandes resultados inesperados para una Iglesia sin números ni medios que se vio obligada a organizar un acontecimiento inédito a la tierra de Gengis encajona entre Rusia y China de poco menos de 1.500 bautizados”. El papa resaltó el papel de Mongolia en la paz mundial. Fue impresionante el mensaje enviado desde allí a Rusia y China y el saludo y convivencia con líderes de las otras religiones.

Asi, escogió un lema para la visita muy significativo: “Esperemos juntos”. El papa reconoció la experiencia de Mongolia en el camino de la paz, lo que aprovechó Francisco para insistir en la libertad religiosa.

El obispo Marengo acabó su largo discurso insistiendo y pidiendo: “Espiemos que Mongolia permanezca siempre en esa infancia espiritual que no es infantilismo, sino mirada vuelta al Señor, que luego se concreta en confianza, en abandono, en capacidad de perdón y reconciliación”.

A medida que pasan los años, descubrimos que la Iglesia en Europa, con sus discusiones y rencillas, cada día está más caduca, fría y disminuida. Tal vez es una Iglesia -la europea- a la defensiva contra otros credos actuales. Craso error cuando vemos en otras latitudes bien lejanas cómo crecen los fieles y aumenta la fe. En vez de atacar, se trata de sumar para que el Reino de Cristo se propague por todas las latitudes. La historia de la Iglesia es contundente. Baste recordar la Iglesia del Norte de África en los primeros siglos y ahora. De allí salieron otros grandes santos padres y contundentes predicadores y hoy aquella tierra a nivel de fe cristiana está desierta. Un ejemplo a seguir y tener en cuenta.

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