Opinión

Entrañable solemnidad

Es difícil, e incluso diría que imposible, escribir la historia de España en el arte, la pintura y en general la misma esencia española sin citar la devoción tan arraigada a la Virgen. El pasado viernes, día 8 de diciembre, celebrábamos la Inmaculada Concepción patrona de toda la Península Ibérica, por algunos que deseen marginar esta solemnidad que tanto Murillo como tantos otros dejaron plasmada en sus inigualables lienzos. 

Es Carlos III, el 25 de diciembre de 1760, quien pide y consigue que se declare a la Inmaculada como patrona de la nación española, y el 25 de marzo de 1646, don Juan IV, en solemne ceremonia en Vilaviçosa, la declaró también patrona y reina de Portugal. Por ello la corona de la monarquía portuguesa figura en la cabeza de la Inmaculada Concepción de esa ciudad portuguesa. Por eso que en todas las fotografías y cuadros en los que aparecen los reyes lusos, la corona está en el suelo. 

Juan Pablo II afirmaba en la bula del Año Santo Mariano y en la Encíclica “Redemptoris Mater”: “La Virgen esperaba el nacimiento del Señor en la humildad de nuestra naturaleza humana. Ella, la elegida como Madre del Hijo, con plenitud de gracia, dádiva sobrenatural de la que se beneficia María, de manera excepcional y única” .

Está admirablemente presente en la misión de su Hijo, al que precedió en la Iglesia, en el camino de la fe, la esperanza y la caridad, como estrella de la evangelización”. El papa, en Asturias, al igual que en Zaragoza, al igual que en Lourdes, comentaba el pasaje de la Visitación a Santa Isabel, igual que en la encíclica y como se lee en todo el capítulo VIII de la “Lumen Gentium”: “María en el misterio de Cristo”. 

La Bella Señora, vestida de sol. Blanca como en Fátima, Madre del dolor y de la alegría, de la luz y de las angustias. “Yo soy la Inmaculada Concepción” , dijo a Bernardette en Lourdes. “Con estas palabras -afirma el papa-, Ella expresa el misterio de su nacimiento en la tierra como un acontecimiento salvífico estrechamente vinculado al de la Redención. Tú que has nacido para las fatigas de esta tierra: concebida de forma Inmaculada”.

Juan Pablo II, también Lourdes, afirmaba: “La Asunción de la Madre de Jesús al cielo forma parte de la victoria sobre la muerte. ¿Quién más que su Madre pertenece a Cristo? ¿Quién más que Ella ha sido rescatada por Él? ¿Quién ha cooperado a la propia Redención de forma más íntima que Ella a través de su fiat en la Anunciación y al pie de la cruz?”. Nadie, como Ella, como María, ha cooperado en la obra de la Redención. Ella es la Señora del Adviento, la primera redimida. Así la definió Gabriel y Galán:

“Sol del más dichoso día
vaso de Dios ¡puro y fiel!
Por ti pasó Dios, María.
Cuán pura el Señor te haría
para hacerte digna de El.
Corazón que ante tu planta
no adore grandeza tanta,
muerto o podrido ha de estar.
Garganta que no te canta,
muda debiera quedar”.
 

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