Opinión

El final del comienzo

Lo hemos repetido muchas veces y la frase era del cardenal Quiroga: “En Galicia, los muertos son el problema de los vivos”. El culto que en Galicia se rinde a los difuntos es muy difícil que se encuentre en otros lugares. Estamos en los inicios del mes de noviembre, tradicionalmente dedicado a los difuntos. 

Tal vez los gallegos, como pocos, comprendemos bien aquel texto de san Agustín: “La muerte no es nada. Yo sólo he pasado a la habitación de al lado. Yo soy yo, vosotros sois vosotros. Lo que éramos unos para los otros, lo seguimos siendo. Llamadme por el nombre que me habéis dado siempre. Hablad de mí como siempre lo habéis hecho. No uséis un tono diferente. No toméis un aire solemne o triste. Seguid riéndoos de lo que nos hacía reír juntos. Sonreíd, pensad en mí. Que se pronuncie mi nombre como siempre lo ha sido, sin énfasis ninguno, sin rastro de sombra. La vida es lo que es, lo que siempre ha sido. El hilo no está cortado. ¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente, simplemente porque estoy fuera de vuestra vista? Os espero… No estoy lejos, sólo al otro lado del camino… ¿Veis?, todo está bien. Volveréis a encontrar mi corazón. Volveréis a encontrar mi ternura acentuada. Enjugad vuestras lágrimas y no lloréis si me amabais”.

Porque la muerte, vista desde esta perspectiva, desde el mensaje cristiano, dista mucho de ser algo lúgubre o triste. Desde la Resurrección de Cristo, la muerte nunca es el final del camino; veamos el pensamiento agustiniano en este sentido. Tengo muy presente un funeral que presidí hace años y que al final una señora vino a “recriminarme” porque habíamos cantado en las exequias. Me fue muy difícil responderle . Solo le recordé la mañana de Pascua. 

La verdad es que muchas veces somos muy materialistas y vemos todo desde la óptica humana, olvidando la cultura y el mensaje cristiano. Si así viésemos las cosas, la muerte es el comienzo de una vida mejor, de una dicha sin límites. Es así como tendríamos que ver la música en las exequias cristianas.

Es increíble aquella etapa en la que, en ciertos lugares gallegos, había plañideras a sueldo que “montaban el número” tras el féretro en los entierros, incluso cobrando por llorar y gritar las supuestas virtudes del difunto. Por suerte las cosas han ido cambiando, incluso desapareciendo el color negro en las celebraciones exequiales. Este es el mensaje que los creyentes debiéramos transmitir a quienes se mueven lejos de la fe. La tristeza en la cultura cristiana y al amparo del Evangelio está fuera de lugar. Las lógicas lágrimas de los que pierden a un ser querido debieran estar empapadas de la alegría de la mañana de Pascua, porque “María, no está aquí, ¡ha resucitado!”. No busquéis entre los muertos al que vive y para siempre.

Aquel pasaje evangélico de la mañana de Pascua es el que debiera encauzar todos los sentimientos ante el dolor y la pena humana.

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