Opinión

Las rupturas

Hay una idea y un deseo común, sobre todo después del Concilio Vaticano II. Es el tema del Ecumenismo, a lo que dedicó la asamblea conciliar un documento. El sangrante estado nacido en el 1054 con el cisma de Oriente, provocado y firmado por Miguel de Cerulario y León IX, sigue siendo una herida de difícil solución. Cuando san Pablo VI y el patriarca Athenagoras se levantaron mutuamente la excomunión de 1054. Fue un paso fundamental pero que en la realidad de poco ha servido. En todos estos años el esfuerzo ha sido notable. Baste recordar a personajes que a lo largo de los años lucharon por la unión para cumplir el mensaje evangélico “Que todos sean uno” (Jn. 17, 21).

En el siglo XVIII, Gottfried Leibniz proponía el ecumenismo como estado ideal de vida. Pero han sido muchos más: el teólogo Gardner, Yves Congar, el hermano Roger de Taizé, Chiara Lubicch, el patriarca Athenagoras, san Juan XXIII, san Pablo VI, san Juan Pablo II, el arzobispo de Canterbury R. Williams y otros muchos como el actual papa Francisco. El tema ecuménico viene de lejos. Ya en la antigua Roma tenía un amplio significado que superaba la geografía el mundo como unidad administrativa: el Imperio Romano. Flavio Josefo escribió que el rey Agripa dijo: “En el mundo habitable todos son romanos”. 

El significado de “ecuménico” comenzó a tornarse decididamente positivo cuando el emperador Constantino convocó el primer Concilio Ecuménico para los cristianos en el año 325 en Nicea, con la participación de obispos de todo el mundo. Y ya en épocas más recientes ha habido intentos múltiples para conseguir la unión de los cristianos. Así, por ejemplo, en 1908, 1910, 1916 , cuando el papa Benedicto XV, mediante el Breve Romanorum Pontificum, concedió indulgencia plenaria a todos los que en cualquier lugar de la tierra, desde el 18 de enero -en que se celebraba la Cátedra de San Pedro- hasta el 25 de enero -fiesta de la Conversión de San Pablo- rezasen por la unidad de la Iglesia utilizando una oración difundida en los Estados Unidos y que había sido bendecida por san Pío X y aprobada por los obispos de aquel país.

En 1919, una delegación de obispos episcopalianos se acercó a diversas iglesias europeas y los recibió Benedicto XV, que les dijo que la única unidad posible se encontraba en su retorno a la Iglesia católica. En 1921 se fundó el Consejo Misionero Internacional en Londres, con obispos luteranos suecos y carta del catolicismo práctico. En ese mismo año, iniciaron las Conversaciones de Malinas entre clérigos católicos y anglicanos. En una segunda etapa coincidió con la historia del Consejo Mundial de las Iglesias, que reconocen a Cristo como Dios y Salvador. Desde su fundación se han establecido 7 asambleas generales.

Las últimas palabras pronunciadas por Juan XXIII en su lecho de muerte exteriorizaron su compromiso ecuménico: “Ofrezco mi vida por la Iglesia, por la continuación del Concilio Ecuménico, por la paz en el mundo y por la unión de los cristianos... Mis días en este mundo han llegado a su fin, pero Cristo vive y la Iglesia debe continuar con su tarea. Ut unum sint”.

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