Opinión

Las rupturas

En torno a la festividad y la conversión de san Pablo, la Iglesia centra su mensaje en el ecumenismo. Tema fundamental para los creyentes divididos, sobre todo desde los cismas de Oriente y Occidente. Heridas que por mucho que se viene luchando, aún siguen abriendo grietas para mal del mensaje cristiano. El Concilio Vaticano II tenía, entre los temas estelares que lo convocaron según el sentir de san Juan XXIII y su sucesor san Pablo VI, el ecumenismo. Algo que, sobre todo desde aquella reunión conciliar, fue abordado desde distintos ángulos por los papas y, en general, por la Iglesia católica.

Referido al ecumenismo, estableció el Concilio distintos puntos: el ecumenismo debe ser fomentado por los obispos (decreto Christus Dominus 16); los sacerdotes deben tener presentes a los hermanos que no gozan de plena comunión eclesiástica con los católicos (decreto Presbyterorum ordinis 9); se ha de cultivar el espíritu ecuménico entre los que van a recibir el bautismo (decreto Ad gentes divinitus 15); se exhorta a los católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, participen diligentemente en la labor ecuménica (decreto Unitatis redintegratio 4); los católicos, en su acción ecuménica, deben, sin duda, preocuparse de los hermanos separados, orando con ellos, tratando con ellos de las cosas de la Iglesia y adelantándose a su encuentro (decreto Unitatis redintegratio 4); es necesario que los católicos reconozcan con gozo y aprecien los bienes verdaderamente cristianos, procedentes del patrimonio común, que se encuentran entre los hermanos separados (decreto Unitatis redintegratio).

También fija el Concilio las normas ecuménicas: la práctica del ecumenismo se ha de basar en la renovación de la Iglesia como aumento de la fidelidad hacia su vocación, incluyendo movimientos bíblico y litúrgico; la predicación de la Palabra de Dios, la catequesis, el apostolado seglar, la espiritualidad matrimonial, etc. (decreto Unitatis redintegratio); la conversión interior; la oración unánime por la unidad y el conocimiento mutuo de las distintas iglesias, con un mejor conocimiento de la doctrina, de la historia, de la vida espiritual y cultural y de la psicología religiosa de las otras; la formación ecumenista, y una mejora en cuanto a la profundidad y exactitud en el lenguaje con que se expresa la doctrina de la fe, entre otros puntos.

Ya apuntábamos en nuestro artículo anterior que sobre el nuevo rumbo se profundizó con el papa san Pablo VI, que peregrinó a Jerusalén del 4 al 6 de enero de 1964, en el primer viaje de un papa por el mundo, firmando una declaración conjunta con el patriarca Athenagoras. Pablo VI y en contra del Cisma de Oriente Gran Cisma de 1054. Y en 1966, la Comisión Fe y Constitución del Consejo Mundial de las Iglesias y el Secretariado por la Unidad de los Cristianos decidieron preparar un texto conjunto para la Semana de Oración de cada año. El primero de esos textos se preparó para 1968, y desde ese año se celebra la Semana de Oración por la Unidad de los cristianos, del 18 al 25 de enero, entre las festividades de la confesión de san Pedro, y la conversión de san Pablo. 

 El bautismo quedó definitivamente resuelto: los cristianos, sean católicos, ortodoxos, anglicanos o protestantes, reconocen el valor del bautismo administrado por las demás iglesias. 

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