Opinión

Matamos a Dios

Estamos viviendo en un tiempo en el que parece que la vida espiritual y trascendente ha desaparecido. Nos estorba el ser trascendente y preferimos construir el mundo a nuestra manera. Y así nos va. Me duele ser catastrofista, pero los avatares que está sufriendo la humanidad así nos llevan a pensar. Hemos puesto la fe en las cosas, en las nuevas tecnologías y en toda la serie de comodidades que el mundo de hoy nos ofrece.

Aunque parezca anecdótico suelo decir que hoy en día hay lugar en nuestro calendario para toda la serie de eventos, eso sí, marginando lo trascendente. Hay días para todo, para la patata, el pimiento, el pulpo… Antes lo que prevalecía eran las fiestas de los santos, que se celebraban con todo el gozo, la alegría y la amistad.

Ya lo recuerda recientemente el papa Francisco cuando afirma: “Un ser humano que pretende ocupar el lugar de Dios se convierte en el peor peligro para sí mismo”. Y es que en realidad si nos preguntamos por aquello que está moviendo el mundo tenemos que convenir en que son todas cosas materiales: el petróleo, el poder, la droga y, en definitiva, el dinero. Es terrible la fe que ponemos en tantas cosas que son caducas y que a la vuelta de la esquina o nos fallan o desaparecen.

Hemos visto lo ocurrido en la estación de Santa Justa de Sevilla, y en el fondo ocurrió porque aquel buen chico puso su fe en el teléfono móvil. Y, claro está, le falló. Buscó otra solución y encontró por desgracia el fin de su vida. Por desgracia para muchos jóvenes de hoy en día, es la diversión, la discoteca y lo que sea tratando de pasarlo bien. Muy triste el fin de ese chico deportista que fue incapaz de controlarse y buscar otra solución más humana para regresar a su Córdoba. ¡Que triste final! Para este joven ruso afincado y prohijado en Andalucía.

No nos cabe otra solución más que elevar una plegaria a quien todo lo puede porque estamos viendo que con solo nuestras fuerzas nada podemos. Acabo de leer a un filósofo, Rob Riemen, autor de “El arte de ser humanos”, de los Países Bajos, que defiende “el regreso a los valores de la tradición occidental como respuesta al desconcierto posmoderno. Hay que olvidarse de las estupideces que enseñan, y empezar a leer libros”. Y rotundamente afirma: “Hemos matado a Dios y nos arrepentiremos”.

En esa misma línea están las alocuciones y documentos del papa Francisco, por ejemplo las recientes exhortaciones “Laudato Si” y “Laudate Deum”. Defiende sin fisuras el cuidado de la naturaleza contra el cambio climático. Porque en el fondo, para muchos del momento presente, lo que pretenden es eliminar toda clase de religión y toda creencia en un ser trascendente. Y es muy grave cuando podemos observar que esa teoría es defendida por personas de alguna de las religiones monoteístas: judíos, musulmanes o cristianos.

Se trata en definitiva de una tremenda falta de coherencia mientras esas tres creencias siguen discutiendo en vez de trabajar unidos y guiar el carro por el mismo camino. Está en la calle una anécdota muy original. Un señor musulmán se sube a un taxi en el que el taxista tenía la radio para escuchar música. De repente, le dice al taxista: “Apague la radio porque en tiempo de los profetas no había música y está prohibida por mi fe”. El taxista para el coche, abre la puerta y le dice que se baje. “¿Por qué”, le dice el musulmán? “Bájese porque en aquel tiempo de los profetas no había tampoco taxis, así que bájese y espere a un camello”… La anécdota parece graciosa pero revela el descontrol mental en el que algunos se mueven en esto y en otras muchas cosas. La anécdota involucra a un musulmán pero bien podía referirse a muchas otras cosas… tampoco había discotecas.

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