Opinión

Lo mucho que ha dado Ourense


Hace poco celebrábamos la fiesta del santo de A Gudiña: el beato Sebastián de Aparicio. Un personaje que descansa en Puebla (México) pero que la labor que llevó a cabo en su misión mexicana fue ingente. Supongo que los ourensanos saben todos que gracias a este franciscano se introdujo la rueda en América y así podían circular los carros y transportar incluso materiales preciosos desde el interior al litoral. Bien creo que ya es hora de que tanto la diócesis como los mismos franciscanos a los que pertenecía lo eleven de una vez a la santidad. Que pase de beato a santo es el deseo de muchos.

Pues bien, el tema da ideas para hablar de tantos y tan grandes misioneros ourensanos que han dejado estas tierras y han ido a numerosos países de todo el mundo dejando una impronta imborrable. Incluso recientemente la misión de Jipijapa (Ecuador) ha sido una muestra palpable del espíritu misionero de estas tierras.

Desde siglos pasados, pero sobre todo en el siglo XX, han sido numerosos los sacerdotes y religiosos que han ido a tierras lejanas y sobre todo a Hispanoamérica. Es imborrable, por ejemplo, la labor de D. Cesáreo Gil Atrio en Venezuela, a quien respetaban todos, desde el presidente. Su tumba en medio de la Iglesia de los Operarios es una muestra de su grandeza.

Creo que bien harían la diócesis y el instituto al que perteneció en introducir su causa de beatificación como reconocimiento a su apostolado siguiendo, sin duda alguna, el testimonio de su familia, que, como me reconoció personalmente san Juan Pablo II, es una familia muy clerical.

Se nos ha repetido muchas veces que un cristiano que nunca se preocupa por propagar su fe es una muy mala señal. Recuerdo siempre aquel pasaje bíblico en el que leemos que cuando salían los primeros cristianos de sus reuniones, los que no eran seguidores de Cristo afirmaban: “Mirad cómo se aman”. Ese es el verdadero testimonio que necesita el mundo de hoy: el testimonio del amor. Sobran palabras y demás florituras y es necesaria una vida ejemplar. 

La Iglesia es humana pero muy divina. Es necesario cultivar lo bueno para que lo malo sea una mera anécdota pasajera.

Y ese testimonio que han dado tantos misioneros ourensanos es la simiente que cautivó y transmitió la fe por todo el mundo. Tras este tiempo en el que parece disminuir la fe, estamos convencidos de que vendrá otro que renovará y la acrecentara aún más aquí y fuera.

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