Opinión

Obnubilados ante la realidad

En varias ocasiones hemos citado aquí al papa Pío XII y una frase célebre suya. Tenía muchas, como persona muy inteligente que era Eugenio Pacelli. Decía él que el mayor error de su tiempo era la pérdida de la noción de pecado. Como también afirmaba que la categoría a una parroquia se medía en el Comulgatorio. Más tarde volvería sobre lo mismo san Juan Pablo II: “La mayor tragedia del hombre es no reconocer el pecado, es vivir sin Dios”.

Estamos ya en el final del año y en el mes de noviembre, desde siempre, se consideró en la Iglesia como un tiempo para pensar en el más allá. Y para ello es necesario que sepamos examinar minuciosamente nuestra vida terrena. Porque al más allá llegaremos bien dispuestos si somos capaces de prepararnos aquí, en este mundo. Aquí es el paso cierto para llegar a dar ese paso definitivo.

Hemos visto y vemos cómo se llenan nuestros camposantos de flores, velas e incluso, en los primeros días, de sentidas oraciones e incluso lágrimas. Es claro el dicho: “En la tumba de una madre nunca se secan las flores, teniendo a un hijo querido que sobre su tumba llore”. Es la verdadera realidad. Olvidar a nuestros antepasados es la mayor ingratitud y el más grave error. Somos lo que en realidad nos han hecho nuestros antepasados.

Cuando vemos tantas residencias de ancianos a rebosar de personas solas se nos cae el alma a los pies. Porque es cierto que a veces en casa es difícil, pero siempre se puede. Hablo desde la experiencia de haber cuidado hasta el final a tres familiares tan queridos, y nunca me pesa. Porque es un deber de justicia el tratar de corresponder, en nuestra medida posible, a lo que han hecho por nosotros nuestros progenitores, muchas veces con muchísimo esfuerzo.

Por eso en este mes que acaba es el momento para recordar, agradecer e incluso rogar por su eterno descanso, que en definitiva es lo fundamental.

Siempre me impresiona en el mes de noviembre ver al lado de las sepulturas a familiares que riegan sus mejillas con sus sentidas lágrimas. Incluso el celo de muchas familias que se esmeran con el cuidado de los lugares en los que yacen sus antepasados. 

Precisamente acaba este mes celebrando en este domino el último del Año Litúrgico con la fiesta de Jesucristo Rey del Universo. En definitiva, al único al que podemos acudir, porque es el que nos puede salvar y acoger en su seno a cuantos seres por los que lloramos su ausencia terrena.

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