Opinión

La primera advocación

Sin duda alguna, en nuestro litoral español, en estos días de julio, se vibra con entusiasmo y fervor en torno a la Virgen del Carmen, tenida como la primera advocación mariana de la Theotokos, la Madre de Dios desde el concilio de Éfeso, y Madre de la Iglesia desde el Vaticano II.

El Vaticano II presenta a María como tipo ideal de la Iglesia, como Virgen y Madre, porque está íntimamente relacionada con la Iglesia en virtud de la gracia de la maternidad y de la misión que la une de forma privilegiada con su Hijo, y de sus virtudes (cfr. “Lumen Gentium”, nº 63).

La Virgen María fue solemnemente proclamada como “Madre de la Iglesia” en la clausura de la tercera etapa del Concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964

El lunes siguiente al domingo de Pentecostés, la Iglesia celebra la memoria de la Santísima Virgen María, Madre de la Iglesia. Es este un título con el que la Iglesia católica honra a la Virgen María de modo oficial desde el Concilio Vaticano II. El título ya era usado por san Ambrosio de Milán (338-397), y recientemente usado con más frecuencia por Hugo Rahner, hermano de Karl Rahner.

La Virgen María fue solemnemente proclamada como “Madre de la Iglesia” en la clausura de la tercera etapa del Concilio Vaticano II, el 21 de noviembre de 1964. La Iglesia celebraba la festividad de la Presentación de la Santísima Virgen María.

Pues bien. La patrona del mar, la Virgen del Carmen, es de las primeras advocaciones de la Iglesia. Muy posiblemente sean pocas las parroquias que en este día olviden la fecha. Y sobre todo en el litoral, el 16 de julio es una fecha inolvidable. La sacan en procesión por el mar debidamente engalanada en medio de vítores, canciones y sin faltar alguna banda música o de gaiteros en el litoral gallego. Tengo muy presente una novena y procesión que hace años presidí en Combarro. Una experiencia única y emocionante. 

La Virgen del Carmen tiene una gran tradición apoyada en un texto bíblico a lo largo de la historia de la Iglesia. Se discutió en el Concilio si dedicarle a la Virgen un documento aparte

Contaba monseñor Temiño que en el Concilio se armó una agria discusión entre él y el entonces obispo de Cuernavaca (1852-1982), don Sergio Méndez Arceo. Habían estudiado juntos en la Gregoriana, pero sus ideologías era bien distantes. Arceo fue uno de los impulsores de la Teología de la Liberación y se oponía a la declaración de la Virgen como Madre de la Iglesia. Con argumentos que hicieron reír a los convocados. Al final, la idea de don Ángel, que era buen teólogo, prevaleció y fue aprobada por el papa san Pablo VI.

La Virgen del Carmen tiene una gran tradición apoyada en un texto bíblico a lo largo de la historia de la Iglesia. Se discutió en el Concilio si dedicarle a la Virgen un documento aparte. Con buen criterio se introdujo en el Capítulo VIII de la “Lumen Gentium”. Si la Virgen es algo, se debe precisamente a su lugar en el misterio de Cristo.

María lo es todo precisamente por ese niño que desde su nacimiento hasta el descenso de la Cruz le lleva en brazos. Es el Niño por excelencia al que siguió al pie de la Cruz, y la devoción al escapulario ha calado profundamente en el pueblo creyente.

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