Opinión

La religión en la escuela

Tras mi jubilación como profesor de Religión del Instituto Español Giner de los Ríos de Lisboa se me parte el corazón al ver que la plaza va a quedar desierta, ya que nadie opta a ella por claras razones. Mientras todos los profesores del claustro reciben allí más de 6.000 euros, el profesor de Religión apenas sobrepasa los mil si tuviese, como es mi caso, al menos 19 aulas. Resulta que ahora a mi posible sucesor le ofrecen 800 por las 10 aulas que tendría que impartir.

Lógicamente renunció, habida cuenta de que con esa cantidad apenas podría pagar un alojamiento. Así de claro. Y como resumen, el malestar de los alumnos y sus familias una vez que yo he resistido hasta los 77 años y que me era imposible continuar por motivos también de salud.

El decano de la Facultad de Teología Friburgo Joachim Negel afirma: “La sociedad pierde algo muy importante cuando se pierden las actitudes religiosas”. En definitiva, estamos viviendo en la sociedad del tener, del confort y de la búsqueda desaforada de lo material. Olvidamos lo fundamental, que es el ser. Poco o nada somos si nos dedicamos a almacenar cosas y a llenar nuestros hogares, que en el fondo son caducas y que a la larga o a la muy corta pasan como efímeras que son.

Las consecuencias ecológicas, pero también económicas y sociales, son graves: cambio climático, contaminación de los océanos, desertificación de grandes superficies que ya no pueden cultivarse, falta de agua potable para cientos de millones de personas, urbanización masiva de la vida (ya hoy, cerca del 60% de la población mundial vive en ciudades; el informe social de la ONU prevé unas 40 megaciudades en el mundo para 2035, en las que vivirán hasta 35 millones de personas, es decir, 1.400 millones de personas sólo en las megaciudades). El futuro parece sombrío, por decirlo suavemente. ¿Qué podemos aportar los teólogos a estos grandes cambios?

“Necesitamos más crecimiento. Hay que volver a poner en marcha el motor del crecimiento”, se escucha. Lo que se olvida es el simple hecho de que el mercado en sí mismo no produce una moral y unos valores que puedan servir de base para las relaciones humanas entre todos. No es sólo el agotamiento personal el que amenaza, sino también el agotamiento colectivo a largo plazo. 

Quizá una reflexión sobre las numerosas tradiciones sociales de la historia de la humanidad, que siempre han tenido una connotación religiosa, podría ampliar el horizonte, y ello en combinación con las disciplinas mencionadas, a saber, el arte y la música, la escultura, el teatro y la literatura, etc. ¿Acaso el capitalismo no ha sido durante mucho tiempo nuestra religión? ¿Acaso nosotros, que nos consideramos ilustrados, no estamos por encima de semejante infantilismo? No es casualidad que Jürgen Habermas hablara de que la “modernidad se está saliendo de madre” a principios de los años 90. 

El sociólogo Hartmut Rosa, de la Universidad de Jena, pronunció recientemente una impresionante conferencia sobre este tema en la recepción diocesana de Würzburg, con el provocador título: “La democracia necesita la religión”. El pequeño libro está batiendo actualmente todos los records de ventas.

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