Opinión

La sangre en las calles

Estamos viviendo un momento verdaderamente trágico y desconcertante. Las guerras y su consecuencia, que es la sangre, lo invaden todo. Lo de Ucrania parece ser una consecuencia menor cuando miramos lo que está pasando entre Palestina e Israel. Aquello es un hervidero de noticias escalofriantes y muertos por doquier. 

Porque, además, el enfrentamiento entre esos dos países viene de siglos. Y, por lo que se colige, mientras no se admitan dos Estados diferentes llamados a entenderse entre sí, nunca habrá paz. Ya Moisés reconocía a las siete etnias diferentes: hititas, los gergeseos, los amorreos, los cananeos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos. Y la misma Biblia reconoce los distintos nombres de la zona. Son célebres los pasajes en los que se menciona a Palestina como tierra de “filisteos”, que fueron siempre los enemigos ancestrales en toda la historia del Antiguo Testamento de los distintos pueblos y de las 12 tribus de Israel: Canaán, Israel, Judea, Tierra Santa, Tierra Prometida, tierra de los hebreos. 

Ya desde más de un siglo se instalaron en la zona los descendientes de Jacob, que pasó a llamarse Israel. Aquellos pueblos de Oriente próximo han sufrido, como recoge el Antiguo Testamento, muchas calamidades hasta el punto de que la tierra situada entre el Mediterraneo y el Jordán, ya tres mil años antes de la era cristiana estaba formada por lo que hoy es Siria, Líbano, Jordania, Israel y Palestina, con la Franja de Gaza y Cisjordania con capitales que han tenido en la Biblia gran relevancia, como Belén, Hebrón, Gaza o Nablus.

Pues bien, ni se entendieron antes ni hoy logran convivir. Es realmente impresionante la cantidad de muertos que están tirados en las calles, niños y adultos, y el hospital que se vino abajo y las bombas que siguen cayendo de un lado y otro. Ni quiero ni puedo ni creo que deba defender a una parte u otra. Tanto Israel como Gaza, sean de la ideología que fueren, poseen sus razones y además cuentan con naciones detrás. Sin olvidarnos de que algunos países -Rusia y algunos más- están protegiendo a un lado y otro con intereses realmente inconfesables porque nada puede aprobar tanta sangre, tanta hambre, tanta sed y la interminable destrucción tanto en la Franja como en Israel.

Como acaba de reconocer y recordar el rey Felipe VI, frente a la esperanza que todos teníamos para el siglo XXI, en el que reinase la paz y desapareciesen las guerras, nos hemos encontrado, como también recordaba el rey, con la sociedad más desgarrada, con guerras por todas partes y sangre a toda hora. “Las soluciones llegarán de la unidad, nunca de la división”, recordó don Felipe. En la entrega de los Premios Princesa de Asturias hemos visto cómo alababa la primera autoridad del Estado los logros alcanzados y que nunca podemos dar al trasto con la bondad y los sentimientos y actitudes solidarias que todos estamos llamados a respetar y seguir para proteger a los más débiles. Estamos llamados a fortalecer lo que nos une con esperanza y fe en el futuro.

Actos como el celebrado en el Teatro Campoamor en Oviedo debieran ser una lección a seguir en este mundo de hoy con tantos conflictos y enfrentamientos que parecen interminables. Todos los galardonados -lo hemos visto- han abogado por la concordia, la paz y el entendimiento entre los pueblos de esta convulsa sociedad que vive de espaldas al más elemental entendimiento y concordia. La princesa les recordó: “Gracias por vuestra luz”.

El prestigio que de día en día adquieren estos galardones hacen que los españoles nos sintamos orgullosos y gustosos de ser instrumento de paz. 

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