Opinión

Un santo patrón

Celebrábamos ayer, junto con los célebres “magostos”, la fiesta del Santo Patrón Martín de Tours (316 en Humgría - 11.11.397) por muchos conocido por la partición de su capa con un mendigo siendo él militar del ejército romano. Cuentan que, tras un sueño, fue corriendo a bautizarse y, después de un tiempo, dejó el ejército para hacerse discípulo de san Hilario de Poitiers, defendiendo la verdadera doctrina y la vida contemplativa.

Entre los milagros más reconocidos está un beso que le dio a un leproso; gracias a este acto el enfermo sanó casi de inmediato. Otro de los milagros más reconocidos fue que san Martín logró resucitar a tres personas, las cuales no se conocían entre sí. Su fama recorrió entonces a todo el mundo cristiano y así es patrón de numerosos pueblos y ciudades tanto en Europa como en América. Tras varias votaciones resultó elegido el patrón de Buenos Aires. 

Fue un gran andariego, recorriendo innumerables pueblos en los que siempre dejaba un sacerdote al frente. Cuentan sus biógrafos que tenía un gran sentido del humor. También en muchos lugares se le invoca así: “Te pido que combatas la pobreza de mi alma, que me ayudes a encontrar el camino que me lleve a Dios”. Su cuerpo descansa en la basílica que lleva su nombre en Tours (Francia).

Nunca me cansaré de repetir algo que personalmente tengo muy claro. Si la devoción a san Martín de Tours está tan extendida se debe precisamente a un santo de su misma tierra pero afincado en Portugal: san Martín de Dumio. Un abad de gran categoría que llegó a ser arzobispo de Braga y que hizo que su abadía de Dume llegase a ser solo ella una diócesis.

De Coímbra hasta el norte eran todos suevos, arrianos que reconocen la grandeza de Cristo pero no su divinidad. Carriarico era su rey y tenía un hijo muy enfermo que estaba en peligro de muerte. Recurrió a todos los galenos pero era imposible sacarlo a flote. Entonces el rey mandó venir al abad de Dume para que lo salvase. Les dijo el buen monje que él no era santo pero que fuesen a buscar las reliquias de Martín de Tours a Francia y que las pusiesen al lado del enfermo y se encomendasen a él. Así lo hicieron y sanó el niño. Tras ello, Carriarico y todo su reinado se convirtieron el cristianismo. Así logró la conversión de toda la zona, incluyendo Galicia.

Por eso es poco comprensible que se le tenga poca devoción al de Dume mientras se alaba sobremanera al de Tours, que está entre nosotros precisamente por el ínclito abad bracarense. Apenas hay alguna imagen del dumiense. Incluso en Braga, donde es copatrón, está muy olvidado. Así es la historia y la abadía apenas se recuerda y está allí abandonada. 

En este Día de la Iglesia Diocesana, los creyentes debiéramos acudir a la protección de nuestro santo patrón, san Martín.

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