Opinión

El café más amargo

No quisiera ser escatológico, fastidiar el café de nadie, pero la realidad tiene días...
Primer café, exótico. ¿Saben que el café más valorado del mundo se produce entre heces? Seguro que sí, pero servidor recién enterado no puede evitar contarlo.

En Indonesia, un animal, la civeta, muy parecida a nuestra jineta, pequeño mamífero de cola larga y patas cortas, es alimentado en granjas a base de la planta del cafeto. Más tarde recopilan el grano entre excrementos y proceden al tostado. La mezcla, convenientemente higienizada, la “Kipi luwak”, es una de las más cotizadas, a 400 euros/kilo en origen. Hasta aquí los argumentos lúdicos.


Segundo café, amargo. “Se quitan la ropa para que no podamos agarrarlos de ella y se untan con sus propias heces con el fin de repeler a los guardias”, así era el relato hace uno año de un miembro del AUGG, el sindicato de la Guardia Civil, así nos ilustraba sobre la situación que se vivía entonces en Melilla. Un año y muchos muertos después, quince en los últimos días, con la duda de si fueron o no desatendidos, la situación lejos de mejorar ha empeorado. Que se empleó material antidisturbio ha quedado claro, tanto como la petición de ayuda del Gobierno a la Unión Europea para afrontar una situación desesperada, que revuelve el estómago de cualquiera bastante más que la táctica disuasoria de los pobres inmigrantes para evitar batalla.


Los africanos corren desnudos y mueren ahogados en la playa ceutí del Tarajal, pero el hedor de las vallas, de los Centros de Estancia Temporal (CETI), aún no llega a la alejada Europa.


Tercer café, nauseabundo. Es allí donde siempre nos enteramos de un sistema que revienta, el nuestro, que lanza heces sin parar sobre las cabezas de la ciudadanía y donde no se atisba jamás un resquicio de inteligencia emocional. Sonoras operaciones al amanecer -Pokemon, Campeón, Carioca, ahora Patos-, uno pierde la cuenta, sobreentendiendo que estamos en un sistema construido sobre sobornos y corruptelas, nepotismos, y clanes políticos de intenso pelaje. Mientras, el ciudadano, a sortear con los pies, la mierda propia y la ajena.

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