Opinión

El coste del vandalismo

Cuando hablamos del coste del vandalismo no sólo hay que contemplar el coste en sí que soportan las arcas públicas cada vez que hay que proceder al arreglo o a la limpieza de los estragos causados. Hay también un coste social que es el que afecta al aspecto personal de quienes agreden o atentan con sus ataques vandálicos contra el patrimonio o el mobiliario urbano. La estimación municipal respecto a los gastos de reparación de estos daños se cifra en trescientos mil euros anuales, lo que incluye no sólo la limpieza de pintadas, sino también las reparaciones que es preciso llevar a cabo.

Cada vez que alguien, de forma indiscriminada, coge un espray y rocía cualquier espacio urbano, la entidad municipal tiene que gastarse entre 250 y 500 euros. Y no siempre, además, esa limpieza se realiza con pleno éxito, pues suelen quedar vestigios de ese atentando contra el patrimonio. 

Tampoco se trata, obviamente sí tiene su importancia, de perseguir a quienes cometen esas fechorías. De lo que se trata es de controlar este tipo de vandalismo, no sólo el referido a las pintadas, sino aquel que supone un deterioro del mobiliario urbano de una ciudad. Claro que este control empieza con la educación de quienes encuentran divertido ensuciar y maltratar el entorno donde viven. Se llama eso tener civismo, una palabra que para muchos hoy parece en desuso, como otras muchas más, por ejemplo, valores.

Hace unos meses, se planteó la elaboración de una ordenanza municipal específica sobre actos incívicos, teniendo presente la normativa correspondiente, para dar respuesta al preocupante aumento de actos de vandalismo en la ciudad. Como argumentación se apunta que “no existe ninguna normativa a nivel local que recoja en un documento operativo todo lo que se pueda considerar como acto vandálico, como sucede con las pintadas que se realizan en diferentes edificios, tanto públicos como privados, en puentes y otros espacios”. Lo más parecido son sendas ordenanzas sobre el uso de zonas verdes y la de ruidos que “recoge la prohibición de vociferar, berrear y cantar alterando la convivencia ciudadana en parques y jardines".
Ciertamente, esto del vandalismo es un mal endémico que si no se ataja de raíz, siempre dejará muestras de sus estragos, como decimos, no sólo económicos,

sino sociales.

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