Opinión

Modales señoriales

Hacía tiempo que en la Cámara Baja, también conocida como Congreso de los Diputados, no se registraba una escena estrambótica, esperpéntica y fuera de lugar protagonizada por alguna de nuestras ilustres señorías -que no señoríos, y lo de ilustres le sobra a más de uno o una, que se dice ahora-.

Recordarán que hace unas semanas una parlamentaria del PDeCAT le propinó un corte de mangas al diputado de Ciudadanos, Toni Cantó, cuando este desde la tribuna de oradores censuraba a los representantes independentistas catalanes porque se ausentaban del hemiciclo, en referencia a que estaban respaldando la huelga general promovida por la Generalitat en Cataluña, renunciando a sus obligaciones como representantes públicos.

Sin embargo, quien se lleva el premio grande en esto de no respetar el llamado “decoro de la Cámara”, es el diputado de ERC Gabriel Rufián, quien en su más reciente actuación tuvo la ocurrencia de sacar unas esposas durante el debate plenario de la sesión de control al Gobierno y cuando dirigiéndose al ministro del Interior le recriminaba al Gobierno su actitud frente a los “presos de la Generalitat” y terminó exclamando: "Ojalá Mariano Rajoy acabe llevando unas de éstas algún día". Recordarán que semanas antes se presentó con una impresora para ironizar sobre los registros policiales en Catalunya previos al referéndum que convocaba la Generalitat.

Ante esta actitud reiterativa, la presidenta del Congreso, Ana Pastor, se reunió con el “interfeuto”-con permiso de la RAE- para llamarle al orden y reprender su reiterada falta de respeto a todos los representantes camerales. La propia titular del Congreso ha llegado a decir: "Señorías, esto no es un circo, con todo el respeto al circo". Con toda la razón. La Cámara baja es el máximo foro del poder, de donde emanan nuestras leyes, y los diputados están obligados a actuar correctamente y no convertirla, como ya hemos dicho en alguna ocasión, en un escaparate.

Ana Pastor quiere conducir a su grey y Rufián parece empeñado en comportarse haciendo honor (o más bien deshonor) a su apellido: “persona perversa”. En cualquier caso, está lejos de exhibir modales señoriales.

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