Opinión

El poder en escenas

Todo sistema de poder es un dispositivo destinado a producir efectos”. Este aserto corresponde al sociólogo y antropólogo Georges Balandier, que lo recoge en su obra “El poder en escenas”, texto al que en más de una ocasión hemos hecho alusión en nuestros artículos, dado que el autor desmenuza con agudeza el funcionamiento de los resortes del poder en sus distintas expresiones.

Su lectura está más que recomendada en los actuales momentos por los que atraviesa la vida política, da igual que sea de ámbito local que estatal. Porque, como dice dicho autor francés, aquellos efectos son comparables a las ilusiones que provoca la tramoya teatral. O lo que es lo mismo, que la escena política representa como un teatro. Shakespeare, de quien por cierto este año, como sucede con Cervantes, se conmemora el IV centenario de la fecha de su muerte, en su obra cómica “Como gustéis”, pone en boca de uno de sus personajes, Jaime: “El mundo entero es un teatro, y todos los hombres y mujeres simplemente comediantes. Tienen sus entradas y salidas, y un hombre en su tiempo representa muchos papeles”.

Y realmente que son los políticos meros personajes de una gran representación, donde interpretan unos libretos para cada puesta en escena. Para conquistar y conservar el poder, como dice Balandier, hay que ser un auténtico actor político, porque su imagen, las apariencias que provoca, pueden corresponder a lo que se desea hallar en él. “El gran actor político dirige lo real por medio de lo imaginario”.

Y sobre todo acierta este sociólogo cuando habla de la transformación del estado en un estado-espectáculo, en un gran teatro de ilusiones sustentado en una sólida dramaturgia política que permite poner el poder en escena y donde se sacraliza la actividad política con sus ritos, apariencias y juegos ilusorios y donde el ciudadano que vota para comprar lo que se le vende, asiste pasivamente a un espectáculo con entrada gratis y salida cara.

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