Opinión

¿Milei en la Casa Rosada?

Al contemplar el estilo, los modos, la oratoria y el lenguaje corporal del político argentino Javier Milei, es imposible que no le venga a uno la imagen nítida de Adolf Hitler. Mucho cuidado: no estoy comparando sus ideas, su programa de gobierno ni sus intenciones, ni mucho menos. Pero sí estoy comparando su puesta en escena, su gesticulación, su rabia infinita, su furia desatada, su verbo apasionado hasta la hiperventilación y la taquicardia, sus venas hinchadas, su insulto fácil, su iluminado autoposicionamiento como el salvador único, providencial, del pueblo frente al antipueblo. Estoy comparando su populismo con el de aquel otro histérico. El populismo siempre nos había llegado desde ideologías claramente autopercibidas como tales, ya se tratara del socialismo de izquierdas (comunismo) o del socialismo de derechas (fascismo). Lo novedoso de Milei, el invento de Milei, es hacer un populismo tan feroz como cualquier otro pero empleando las ideas de la Libertad. Cuesta creerlo, pero hay una pequeña legión de liberales y libertarios en América Latina y hasta en España que, pese a no “comprar” personalmente esa teatralidad tan burda, sí creen que eso es lo que le conviene a las ideas que defienden. Creen que también el liberalismo o libertarismo debe abrazar un populismo zafio y ramplón porque “sólo así” puede competir por el apoyo ciudadano. Es una visión tristemente paternalista de la sociedad, y poco compatible, precisamente, con esas ideas. Y como mera estrategia también es terrible porque, tenga o no éxito a la hora de obtener puestos, fracasa en la tarea de transformar la visión de la sociedad: se adapta, en cambio, a la que ésta ya tiene, y eso condicionará después, inevitablemente, su gestión.

Cabe preguntarse qué pasará si este señor llega a la Casa Rosada y es presidente de uno de los grandes países de América Latina. ¿Qué hará y qué no hará desde la instancia suprema de la política quien la ha despreciado hasta el infinito?

A todos los liberales, desde los más moderados o clásicos hasta los más libertarios, nos encantaría que Milei hiciera muchas de las cosas que, como economista de la Escuela Austriaca, ha venido anunciando. Así, Milei eliminaría la nefasta moneda nacional argentina y la sustituiría por el dólar, aunque mucho mejor sería la plena libertad de emisión, sin una moneda de curso forzoso y con un razonable respaldo y reglas claras. Pero sí, mejor dólar que peso. Igualmente, la supresión del Banco Nacional y, por lo tanto, de todas las medidas de estrangulamiento y estatización del sector financiero sería muy positiva. Además, si cumpliera su promesa de proceder al desarme arancelario unilateral y liberalizar por completo el mercado de trabajo, privatizando los servicios en un marco de competencia, pues magnífico. Hasta ahí, de acuerdo. Pero el problema es mucho más complejo.

Si Milei se quedara estrictamente en esas políticas, en su programa económico, y si lo llevara realmente a cabo, merecería una estatua... como ministro de Economía. Pero Milei no aspira a ser ministro de Economía, sino presidente de la República Argentina. Y, quiera o no, eso implica gobernar en muchas otras áreas fuera de la economía. Es decir, en áreas que él desconoce o no le interesan demasiado, y que no ha tenido empacho en delegar en sus socios. Y el problema es que sus socios nacionales e internacionales son por completo deleznables y le van a exigir que nombre ministros, firme decretos y asigne recursos en beneficio de políticas que producirán un retroceso de las libertades personales y del marco institucional del país. Contribuirá así la Argentina de Milei al camino global hacia la “democracia iliberal” de corte populista que ideó Viktor Orbán y pergeña Steve Bannon, siempre con el apoyo del zar y a beneficio geopolítico del Kremlin. Así, Argentina podrá bascular internacionalmente hacia las potencias que están impulsando la nueva derecha radical “post-liberal”. Será una locomotora de la coerción estatal en torno a la “batalla cultural” liberticida que libran personajes tan peligrosos como los también argentinos Nicolás Márquez y Agustín Laje. Estamos ante una cruzada cultural y moralista “retro” que, además de perjudicar a infinidad de individuos de forma directa y a grupos enteros (mujeres, indígenas, minorías de todo tipo), tendrá el efecto gravísimo de retroalimentar un nuevo auge de la izquierda populista, equivalente a esta derecha populista. Flaco favor hará así Milei a las ideas de la libertad real: la libertad plena en todo y no sólo en la vertiente económica. Aún está a tiempo Javier Milei de dar un giro visible de muchos grados y prescindir de su peligrosísima “número dos”, la nostálgica de las juntas militares Victoria Villarruel; y de enfriar públicamente sus alianzas internacionales espurias con el populismo estadounidense del procesado Trump y con la ultraderecha española y europea, para adoptar una línea independiente,inequívocamente liberal también en lo moral y social. Aún puede, pero probablemente no quiera, ya sea por convicción personal, por interés o por ambas cosas.

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