Opinión

Putin aprieta y ahoga

El lunes Rusia reventó una de las mayores presas de Europa poniendo en peligro de muerte a varias decenas de miles de personas: no solamente a la población civil de las zonas no ocupadas, sino también a la de las ocupadas. Al día siguiente, Rusia bombardeó con inusitada dureza las zonas aledañas para asegurarse de matar a todos los refugiados de la inundación posibles. Sólo es un nuevo episodio en la espiral genocida de un Vladimir Putin cada día más vesánico y acorralado, que se metió el 24 de febrero de 2022 en una trampa de la que no puede salir bien parado. Lo que sí puede hacer es muchísimo daño, un daño extremo a un país vecino, a millones de sus ciudadanos que han muerto o han tenido que exiliarse, o corren peligro de ser asesinados mientras duermen o mientras defienden el frente del avance ruso. Lo puede hacer y lo hace desde el principio, y a juzgar por lo sucedido esta semana, lo seguirá haciendo hasta el final. La política de tierra quemada o inundada es consustancial a la visión histórica del imperialismo ruso respecto a todo el inmenso “hinterland” territorial del que ese país se cree dueño: o son asimilados por Rusia o serán calcinados, ahogados, arrasados. La Rusia de Putin, remedo de lo peor del zarismo y del comunismo, es como el Borg de Star Trek, como los orcos del Señor de los Anillos, como el Tercer Reich en su delirante desvío a la “solución final” de los recursos que habría necesitado para evitar la derrota. Encarna lo peor del alma humana. Putin aprieta y ahoga. Literalmente. Así pues, no es razonable excluir que use también la radiación nuclear contra Ucrania, como la empleó ya a pequeña escala para matar a algunos de sus disidentes mediante polonio. Si la inundación no basta, Rusia atacará Zaporizhia para que se fugue la suficiente radiación para exterminar a parte de la población ucraniana, y aunque sepa que la nube radiactiva llegará a otros países, incluso al suyo, a Putin no le temblará la mano. 

Ante esta situación, Occidente debe echar la vista atrás y despertar de una vez. Qué ingenuos fuimos en la última etapa de 2021 y en enero de 2022, cuando la escalada verbal de Lavrov y de Putin coincidía con la gigantesca acumulación de tropas en torno a las fronteras ucranianas. La invasión terrestre era imposible sin apoyo aéreo, y se habría evitado si un conjunto de países amigos de Ucrania le hubieran prestado de manera preventiva el servicio de patrulla áerea masiva y constante. Con los cielos ucranianos llenos de cazas occidentales, la invasión no habría tenido lugar. Miles y miles de personas seguirían con vida. No estarían secuestrados en Rusia más de doce mil niños y bebés separados de sus familias. No se habría producido en Ucrania la más salvaje destrucción de bloques de pisos, de colegios, de hospitales y de infraestructuras que Europa haya sufrido desde la Segunda Guerra Mundial. A un líder enardecido, sectarizado, presa de una élite reducida que le influye en la dirección opuesta, no se le convence con ataques reputacionales ni con el pálido castigo de las sanciones. Lo de Ucrania no es por Ucrania. Lo de Ucrania es contra Occidente y se produce cuando Putin constata que ha perdido la Casa Blanca y que además no va a ganar el Elíseo. Si no, ¿por qué en ese momento? ¿Por qué no un par de años antes o después? A Putin le da igual destruir la economía rusa, elevar hasta lo insoportable la represión a sus propios ciudadanos, enfangar para siempre la imagen de su país. Sólo le importa una cosa: recuperar la Guerra Fría para ser de nuevo una superpotencia que lidere uno de los bloques en liza. El Putin actual ha perdido casi todo el pragmatismo kagebista de décadas atrás pero ha intensificado su nacionalismo y su conservadurismo, víctima como es del lavado de cerebro de indeseables como Vladimir Yakunin, Konstantin Maloféyev o el patriarca ortodoxo Cirilo I. Leyéndole y escuchándole, resulta evidente que se cree ungido de la condición de salvador del “Mundo Ruso” e incluso del no ruso, en un combate escatológico entre el bien y el mal, siendo nosotros, obviamente, el segundo.

Sí, tiene armas nucleares y eso requiere prudencia. Sí, está muy loco y muy acorralado, y eso requiere aún más prudencia. Pero es que nuestro Occidente confiado y frívolo no alcanza a comprender que ya pasó el momento de la prudencia. Es como si Occidente fuera dos o tres pasos por detrás, y no puede ser. No podemos pagar la factura de no acabar ya con el régimen de Vladimir Putin. ¿Cómo es posible que no estemos ayudando con todo lo posible a los grupos disidentes rusos que empiezan a levantarse contra ese régimen enloquecido? ¿Cómo es posible que Occidente le diga a Ucrania que no contraataque a las bases militares situadas en Rusia, obligándola a ser, encima, el teatro único de operaciones y el sufridor único de todos los daños? ¿En qué cabeza cabe? ¿Cómo hemos podido tardar tanto en mandar tanques y aviones? O cambiamos de estrategia o mañana tenemos a Putin en Kyiv y en unos años seremos países vasallos. O actuamos de verdad y ya mismo, o estamos perdidos. Como en el póker… all in.

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